miércoles, 10 de octubre de 2018

El Qhapaq Ñan al sur del valle del Maipo. Un patrimonio arqueológico por conocer y proteger

Por Cristian Urzúa Aburto

El Qhapaq Ñan fue el sistema vial que conectó al imperio Inca, asentado en el Cusco, con una parte importante del territorio de Sudamérica y que facilitó su expansión sobre un vasto territorio, dejando hoy en día grandes vestigios y expresiones culturales. En atención a su valor patrimonial, por una gestión internacional (de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú), la Unesco el 2014 declara al camino del Inca como Patrimonio Cultural de la Humanidad bajo la categoría de itinerario cultural. Para Chile, esto supone un desafío para la gestión de una extensa área arqueológica desde Arica hasta el Maule. En su parte más austral, al sur del valle del Maipo, donde los picunches ejercieron una férrea resistencia a la dominación incaica, su patrimonio es menos conocido y protegido. 

Pucará del cerro La Compañía, CMN. 
Un itinerario cultural es resultado del movimiento e interacción humana continua en el tiempo, de carácter dinámico y con un patrimonio cultural evidente. El Qhapaq Ñan reúne estas características, como un símbolo del poder del Inca, el que se expandió a distintos pueblos transmitiendo su cosmovisión e influencia, cuya herencia perdura a través de una monumental infraestructura arqueológica y comunidades indígenas vivas asociadas. 

La presencia del camino del Inca es particularmente notoria en el norte de Chile, aunque algunos vestigios dan cuenta decidida de su presencia en el valle central. En las regiones de O’Higgins y Maule existen distintos hitos arqueológicos del imperio incaico: los pucarás o fortalezas del cerro La Compañía en Graneros y el cerro La Muralla de San Vicente de Tagua-Tagua, entierros y piezas cerámicas (platos, aríbalos o escudillas) de factura o influencia incaica en el cerro Tren-Tren de Doñihue, Rengo, Malloa y Palquibudi (Curicó). También se vislumbra a través de los sistemas de regadío, el arte rupestre y en los documentos dejados por los conquistadores hispanos, que atestiguan la enemistad del inca con los pueblos autóctonos. En conjunto, estos vestigios son parte integral de lo que fuera el Qhapaq Ñan en los valles de Cachapoal, Colchagua y Maule, donde la resistencia promaucae impidió la expansión del Tawantinsuyo más al sur. 

Pese a lo señalado, en esta área el patrimonio arqueológico está sumamente vulnerable. Citemos el caso más dramático al respecto, el del Pucará del Cerro La Compañía, que ha estado en el más completo abandono, sin cierre perimétrico, expuesto a visitas espontáneas y, ante todo, perjudicado por la instalación de una antena telefónica, cuyas obras destruyeron uno de sus muros. De acuerdo a la Ley 17.288 los “lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico; los enterratorios o cementerios u otros restos de los aborígenes, las piezas u objetos antropo-arqueológicos”, entre otros, quedan bajo tuición y protección del Estado. Sin embargo, los escasos recursos asignados a esta materia hace difícil su fiscalización y resguardo, aunque la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio constituye un avance en la materia. 

Positivamente, profesionales (arqueólogos, antropólogos, historiadores) e instituciones (como el Museo Regional de Rancagua y la Fundación Añañuca) han desarrollado iniciativas para la protección y conocimiento de los yacimientos arqueológicos regionales. No obstante, es necesario desplegar una mirada integral del patrimonio cultural para aunar la arqueología dispersa en una visión global en vías de desarrollar planes de manejo a gran escala. El concepto del Qhapaq Ñan como itinerario cultural, en efecto, tiene la virtud de unificar el patrimonio material e inmaterial, los paisajes culturales y las comunidades, en una compresión global desde lo local.

martes, 11 de septiembre de 2018

De guerrillero a gobernador: Manuel Rodríguez en la provincia de Colchagua

Por Cristian Urzúa Aburto

Muchos son los personajes de la época de la independencia que han dejado su huella para la posteridad, pero pocos han legado un recuerdo tan hondo y sentido entre todos los chilenos como Manuel Rodríguez, el guerrillero. Este sentimiento es particularmente grande en la Provincia de Colchagua, escenario de muchas de sus correrías, hazañas que alcanzaron una categoría de legendarias y que hicieron de Rodríguez un santo secular. 


La leyenda comienza a gestarse durante la época de la Reconquista Española (1814-1817), cuando Rodríguez bajo las órdenes de José de San Martín comienza un trabajo de espionaje e insurrección armada contra la ocupación hispana. Para ello comienza a armar montoneras reclutando a famosos bandidos como José Miguel Neira. Se rodeó también de una serie de informantes entre el bajo pueblo, filtrando así los aposentos de las más altas autoridades españolas. 

Cuenta Ricardo Latcham en su “Vida de Manuel Rodríguez”, que estando el guerrillero en la casa de su amigo José Eulogio Célis, Juez de Subdelegación del sector de Rastrojos, los talaveras tocan la puerta sabiendo que el guerrillero rondaba por el lugar. En un golpe de astucia, Rodríguez se mete al cepo de castigo simulando un severo estado de ebriedad. Consultado Célis por el hombre en el cepo, responde: “Es un curao impenitente, señor, y además es un tenorio muy fregao, que no eja tranquila a ninguna de las chinas de la hacienda”. 

No es secreto que el guerrillero era un “Don Juan” de tomo y lomo, que gustaba de la vida festiva y enamorar a las muchachas con su labia prodigiosa. Uno de sus amores fue Francisca de Paula Segura, aristócrata señorita de Pumanque, cuyos amoríos con el guerrillero dejaron un niño en su vientre que nunca llegó a conocer. Este hijo fue Juan Esteban Rodríguez Segura, importante personalidad política del siglo XIX y abuelo del ex presidente Juan Esteban Montero Rodríguez. Algunos aseguran que Manuel se casó con Francisca y que sus restos descansan junto a ella en la iglesia de la Virgen del Rosario de Pumanque.

El doce de enero de 1817 una montonera de huasos se toma la villa de San Fernando. Nuevamente la astucia de Rodríguez fue determinante en la victoria. Según se cuenta, sus improvisados soldados simularon disponer de cañones envolviendo piedras en cueros tirados por jinetes, cuyo estruendo, junto a la voz de carga de los imaginarios artilleros, persuadió a los defensores de la villa a abandonar las armas. Después de la victoria de Chacabuco al mes siguiente, siguiendo las órdenes de San Martín, nuevamente Rodríguez cae sobre la villa con el fin de contener la retirada de los realistas al sur. 

Posteriormente Rodríguez asume como Gobernador de San Fernando, estableciendo fuertes contribuciones a los realistas y a sus simpatizantes, con quienes no tuvo piedad. Como señala Alejandro Chelén en el libro “El Guerrillero Manuel Rodríguez y su Hermano Carlos”, Rodríguez era de la idea de “que los godos vomiten cuanto tengan, y que a sus expensas de los males que ellos mismos nos han ocasionado”. La radicalidad de sus acciones y la enemistad entre carrerinos y o’higginistas determinarían su relevo del cargo, siendo trasladado a Santiago y luego a Tiltil, donde sabemos cómo terminó la historia.    

La leyenda y los hechos en torno al guerrillero se entremezclan de tal forma que es difícil tener un juicio objetivo en torno a su vida, lo cual incita las más fervientes discusiones. Sobre lo que no cabe duda, es que Rodríguez se ha convertido en un icono popular que ha servido de inspiración a la literatura, el cine y el folclor. En tierras colchagüinas su figura se recuerda con monumentos en su honor y una tradición oral que sigue reproduciendo sus extraordinarias aventuras.

lunes, 30 de julio de 2018

La Cárcel de San Fernando: presidio, centro de detención política y Monumento Histórico Nacional

Por Cristian Urzúa Aburto

Las edificaciones pueden seguir caminos complejos más allá para lo que las autoridades mandantes y arquitectos originalmente habían concebido. Es en estos inmuebles donde ocurre el acontecer histórico, condicionado por su función arquitectónica primaria y la subjetividad humana que significa aquella materialidad. Irrevocablemente, sobre la cárcel pervive una imagen negativa, como un lugar tabú donde permanecen quienes corrompen la ley en todas sus formas. Pero son también sitios donde se encarna una política interna que aprisiona formas de vida alternas o visiones políticas disidentes. 

Frontis de la Cárcel de San Fernando, 2018. Foto: Cristian Urzúa. 
La Cárcel de San Fernando, ubicada entre las calles Olegario Lazo y José Argomedo, se comienza a construir a fines de 1880 para ser inaugurada en 1891 durante la presidencia de don José Manuel Balmaceda. Esta obra se inspira en el nuevo Código Penal de 1874 que moderniza el antiguo régimen colonial que enfatizaba el castigo físico de los condenados. Pese a ello, perduraría aún una lógica represiva antes que la rehabilitación de los internos. Por sus celdas pasaron delincuentes comunes, “de oficio”, pero también dirigentes sindicales, ebrios consuetudinarios y vendedores ambulantes. En el día a día los reos reprodujeron códigos y normas de convivencia interna, y hasta crearon una jerga propia: el coa. En los días de visitas llegaban allá las atribuladas madres y familiares de los reos, las sociedades de beneficencia y de trabajadores, que reconocían su infortunio y cuyas condiciones de pobreza los había arrastrado hacia ese lugar.

Tras años de historia carcelaria ocurre el Golpe de Estado de 1973, momento cuando la cárcel toma una función distinta: se convierte en el recinto de detención política y tortura más grande de la Provincia de Colchagua, registrando unas 250 personas detenidas en los primeros años del régimen militar. La documentación indica que los presos políticos vivían largos periodos de aislamiento y hacinamiento, sin contacto con sus familiares. Sin embargo, intramuros, a instancias de partidos de fútbol y lecturas colectivas para resistir el encierro, construyeron solidaridades y redes de apoyo que más tarde se convirtieron en pivotes de resistencia a la dictadura. 

En enero de 2009 la cárcel se convierte en Monumento Histórico Nacional en razón a su valor arquitectónico e histórico. La cárcel es un inmueble con torre central que vigila los pabellones (dispositivo panóptico), construido de albañilería y ladrillo que conforma celdas, área administrativa y ex casa del alcaide, entre otros espacios carcelarios. Otra parte de su valor reside en los sucesos acontecidos en dictadura según lo indicado con anterioridad. Así, la materialidad se nutre de un significado especial, trágico es cierto, pero que indica un valor patrimonial intangible que es preciso conservar.  

Pese a lo señalado, la edificación se encuentra deteriorada y abandonada, esta no se acopla a la ciudad y yace en cierta forma oculta e ignorada, como vestigio de una historia secreta que no se ha querido revelar. Es necesario por tanto discutir la pertinencia de su activación como sitio histórico y/o espacio de memoria para integrarla al conjunto de bienes patrimoniales de la ciudad. De todas formas, quienes deben decidir sobre el destino último de este recinto son los propios sanfernandinos, legítimos depositarios de los bienes culturales de su comuna.    

Fuentes

Ministerio de Educación (2009). Declaración de Monumento Nacional en la Categoría de Monumento Histórico a la Cárcel de San Fernando, entre otros inmuebles, Santiago, 27/01/2009. 

Museo de la Memoria y Los Derechos Humanos (2018). Archivos de la Memoria en Chile. Investigación, Catastro y Recopilación de Patrimonio Tangible e Intangible sobre Derechos Humanos en la Región Libertador Bernardo O’Higgins. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Santiago.

Urzúa, Cristian y Cortez, Abel (2016). La cuestión social en San Fernando. Ciudad, sociedad y sectores populares, 1884-1927. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Región de O'Higgins, San Fernando. 


martes, 5 de junio de 2018

Un atisbo histórico sobre la violencia de género

Por Cristian Urzúa Aburto

Nabila Rifo, Florencia Aguirre y Lucía Pérez son los nombres de los últimas víctimas de violencia de género en Chile y Argentina. El último caso produjo movilizaciones masivas en rechazo a la violencia a la mujer. Pero sabemos que este tipo de agresión no es una novedad: año a año se generan decenas de femicidios y cotidianamente las mujeres sufren todo tipo de maltrato, no solo físico, sino también psicológico, económico o simbólico. Desde los anales de la historia de Chile podemos ver como una sociedad patriarcal ha generado discursos y dispositivos de poder que menoscaban a la mujer.

Ilustración para los versos de Pepa Aravena en la Lira Popular, 1896. 

En este contexto, me encuentro en el Archivo Nacional de Santiago revisando antiguos legajos del fondo judicial del siglo XIX, insumos básicos para recrear la vida de los sin voz, aquellas personas que por no ser héroes ni estadistas yacen a la penumbra de la historia. Y ahí están ellas, frente al juez y sus victimarios, denunciando las agresiones de parejas, conocidos o desconocidos. En las causas criminales aparecen las figuras de “maltrato”, “forzamiento” (violación) o “uxoricidio” (hombre que mata a su esposa), que prefiguran distintas formas de violencia a la mujer.  

Uno de estos expedientes nos relataba el caso de la joven Ventura Pavés, brutalmente ultrajada por dos desconocidos en Requinoa, una noche de julio de 1848. Mientras sus padres salieron en la noche dejándola al cuidado de sus hermanos menores, llega Martín Méndez junto a Cipriano Miranda, y entrando a la casa, según declara el primero, “le dio como seis patadas”, por lo que la muchacha arrancó cubierta con una frazada al exterior. Aterrada y gritando le dan alcance. Según cuenta Ventura, Méndez “le apretó el pescuezo y le echó tierra en la boca” para silenciarla. En estas circunstancias ambos “la forzaron” sin piedad. En el careo se trataba más de justificar la probidad de Ventura que la flagrante conducta de los reos. Desconocemos el resultado del pleito.

Otro caso de agresiones le ocurrió en Rancagua a la joven costurera Mercedes Pizarro por parte de su marido. Un día que éste, en evidente estado de ebriedad, llegó a la casa solicitando alimento, responde ella que “los frijoles no estaban todavía cocidos”, el esposo exigió que igual le sirviese, como procedió, pero éste rechazó el plato. Previendo una agresión, Mercedes salió del rancho llevándose a su hijo de un año siete meses en sus brazos. Cuenta ella: “de repente sentí un golpe en la cabeza que me aturdió en el acto y cuando volví en mis sentidos vi al chico herido”. Producto de la caída el niño había fallecido. El marido adujo que no actúo a conciencia por influjo del alcohol. Tampoco conocemos resolución. 

Venturas y Mercedes, así como Nabilas o Lucías, siempre han existido, y lamentablemento seguirán existiendo sino se crea conciencia sobre este mal. Es por eso que no se debe negar o menoscabar esta realidad sino hacerle frente como un fenómeno estructural que ha degradado a la mujer por siglos. La restricción para desenvolverse en el espacio público, el trabajo, la universidad y en la vida política hablan de un largo historial de violencias de carácter transversal, tanto para la mujer popular como la aristócrata. Sin embargo, conscientes de su realidad, las mujeres a principios del siglo XX se organizarán para luchar por sus derechos civiles y políticos alcanzando así las primeras victorias para el movimiento feminista.  
    

miércoles, 28 de marzo de 2018

Las misiones religiosas de Colchagua en el siglo XIX

Por Cristian Urzúa Aburto

La misión evangelizadora de la Iglesia católica en Chile tomó un empuje renovado en el siglo XIX cuando su hegemonía se vio cuestionada durante la independencia nacional y con el advenimiento de las ideologías seculares. Esta crítica amenazaba con restarle su antiguo poder, por lo que la institución resolvió lanzar a lo largo y ancho del país ejércitos de misioneros para reconquistar a las masas y ponerlos al día en la correcta enseñanza del credo.

Cada año las grandes haciendas se acondicionaban para la realización de ceremonias y actividades que se extendían por varios días. Acudían los inquilinos del fundo así como los campesinos de los alrededores. Así por ejemplo, en 1899 se acondicionó la casa del fundo denominado La Puntilla del hacendado Alejandro Arriagada para las misiones del pueblo de Roma bajo la dirección del fraile Luis Ramírez, mientras en Corcolén y Mendoza se realizaban misiones para los reos de la cárcel.

FIG: Las Casas de Mendoza en Rengo, lugar de las más grandes misiones religiosas realizadas en Chile Central.
Fotografía: "Patrimonio Arquitectónico de la Sexta Región", Segunda Parte.
La más popular de estas misiones era la misión de Mendoza, ubicada en el departamento de Caupolicán. Las fiestas se celebraban en noviembre de cada año y duraban cerca de ocho días, concurriendo una extraordinaria cantidad de fieles de distinta procedencia. Llegaban a pie, en mula o carretas, y luego por medio del ferrocarril urbano. Durante la jornada se desataba todo el fervor popular con oraciones, procesiones y bautizos en masa. Pequeños comerciantes con sus canastos, faltes y ramadas se beneficiaban del gentío. Tal era la importancia de esta fiesta, que el gobierno construyó a principios del siglo XX dos puentes para facilitar la afluencia de los feligreses.

En 1886 el periódico El Comercio de Rengo daba un panorama completo de las actividades realizadas en Mendoza durante ese año. Cerca de seis mil personas concurría al lugar en carretas, coches, caballos o a pie, recorriendo distancias de más de una legua para oír las pláticas de los religiosos que venían desde Santiago. La casa de Mendoza abrió sus patios para albergar a la masiva concurrencia. Junto al gentío, el pequeño comercio, las chinganas y otras ventas populares aparecían por doquier. Decía la crónica que “Allí se elevan oraciones fervientes y generosas que, estamos seguros, Dios ha de tomar muy en cuenta, en razón de las dificultades que arrostran los que, a despecho de la pobreza y de la falta de medios de transporte, acuden de puntos tan distantes, sin contar con otro tesoro que el de su fe”. Concluido el jubileo, tuvo lugar una solemne procesión en la que se lucieron siete imágenes en andas y estandartes simbólicos llevados por jóvenes “decentes” con esclavinas en sus hombros.

Las misiones, por sobre todo, tenían un fin moralizador que buscaba renovar el compromiso espiritual del pueblo con la iglesia, dando sacramentos en masa, bautizando a los niños, casando a los amancebados y confesando a los pecadores. Así, en las misiones de Rengo en 1885, 300 niños habían sido bautizados de una vez. En San Fernando en 1890, se aseguraba que “Con las últimas misiones religiosas habidas en la matriz, los matrimonios han sido tales y tantos que hemos oído decir que se ha casado a destajo”.

Por lo general, los discursos de los padres evocaban imágenes de castigos divinos que causaban un gran temor entre la multitud, la que se deshacía en llanto pidiendo perdón. Tales expresiones, con todo el dramatismo expresado, ponderan la influencia de la iglesia entre los pobres, donde el párroco era una autoridad moral y fuente irrefutable de verdad. Las misiones, junto con consolidar las lealtades entre la iglesia y sus seguidores, sirvió además de tribuna para mantener la buena conducta de los trabajadores y en tiempos de elecciones para apoyar a los candidatos afines al Estado confesional.

viernes, 16 de marzo de 2018

La comarca de ensueño y la formación de nuestra identidad

Melissa Bravo Jorquera
Licenciada en Historia
Licenciada en Educación
Prof. De Historia y Ciencias Sociales
UCSC

Conocer la historia de nuestros antepasados es esencial porque nos permite formar una conciencia de pertenencia a un lugar determinado. Cada niño, cada joven, cada adulto, que identifica como suya la historia de su comunidad aprende a respetarla, cuidarla y más aún, a valorarla. Es por ello que generar conexiones es imprescindible, sobre todo hoy, en donde observamos los cambios bruscos a los que cada día la humanidad se ve sometida.

Museo Lircunlauta
La historia es todo, somos todos y todos caminamos por ella y hacia ella. Construimos historia todos los días, y tanto niños, como jóvenes y adultos debemos involucrarnos no sólo como meros espectadores, sino como protagonistas principales de nuestra propia historia.  Cada día observo en niños y jóvenes el escaso o casi nulo apego con la historia de nuestra ciudad. Historia viva, historia que sucedió, pero que claramente sigue sucediendo y avanzando a pasos agigantados.

¿Han pensado alguna vez en la importancia de la historia sanfernandina? ¿Se han preguntado cuáles son los orígenes de nuestra ciudad? O tal vez, ¿Cuál es la importancia de la Casa Lircunlauta?… ¿Por qué los nombres de las calles? ¿Qué historias se esconderán tras los muros de la Iglesia San Francisco? ¿Quiénes dieron inicio a todo?

Para poder conocer nuestro proceso histórico local es necesario ir más allá, dar a conocer la historia, que sea visible, que llegue a todos los rincones de nuestra ciudad, que no sólo sea un documento escrito, sino que sea motivo de encuentro, reflexión y satisfacción cada día. Sólo hace falta unir las piezas, juntarlas y tornarlas a la vista de toda la comunidad, empaparnos de ella y hacerla nuestra. ¿Cómo? Partiendo de la base…

La historia nos muestra que un 17 de mayo de 1742 fue fundada la Villa San Fernando de Tinguiririca por el gobernador José Antonio Manso de Velasco. Este hecho está ligado a la casa Lircunlauta ya que dicha casa patronal, que fuera la antigua Hacienda Lircunlauta existe mucho antes de 1742. En el año 1739, Juan Jiménez de León y su esposa, Ana María Morales de Albornoz donaron 450 cuadras de tierra de su propiedad a la corona española para que allí se fundara la ciudad. De acuerdo con antecedentes históricos, es la única ciudad de Chile que conserva su cuna, es decir, la casa que la vio nacer y crecer hasta nuestros días.  

Historias pequeñas, que a través de actos pequeños podemos probar que la realidad es transformable, pues actuar sobre ella es ir más allá… Que la casa Lircunlauta sea el punto de encuentro de nuestra comunidad, que nos reúna a todos, sin importar edades, sexo ni condiciones. Que sea la trasmisora de la historia sanfernandina para que nuestras nuevas generaciones conozcan de nuestros antepasados, y más aún, conozcan de nosotros mismos. Dicen por ahí que “la escritura es la pintura de la voz”, fomentemos, pues, en nuestros niños, jóvenes y adultos la historia local, que no quede ahí guardada. Formemos personas integrales con capacidad crítica y reflexiva, que sean capaces de conocer sus orígenes, nuestros orígenes. Creemos espacios y más aún, un puente de apego a través de la escuela, asociaciones e instituciones.

Identidad, memoria, reflexiones y pensamiento crítico, son los parámetros que hoy, nosotros debemos generar. La pertenencia no sólo a una determinada familia o club, sino que más allá, a una ciudad, a un país con tradiciones y costumbres propias, es la que debemos ser capaces de lograr, la identificación de cada niño, de cada joven, de cada adulto, “porque la historia de mi ciudad, es también mi historia”.