Por Cristian Urzúa Aburto
Nabila Rifo, Florencia Aguirre y Lucía Pérez son los nombres de los últimas
víctimas de violencia de género en Chile y Argentina. El último caso produjo
movilizaciones masivas en rechazo a la violencia a la mujer. Pero sabemos que este
tipo de agresión no es una novedad: año a año se generan decenas de femicidios
y cotidianamente las mujeres sufren todo tipo de maltrato, no solo físico, sino
también psicológico, económico o simbólico. Desde los anales de la historia de
Chile podemos ver como una sociedad patriarcal ha generado discursos y
dispositivos de poder que menoscaban a la mujer.
Ilustración para los versos de Pepa Aravena en la Lira Popular, 1896. |
En este contexto, me encuentro en el Archivo Nacional de Santiago revisando
antiguos legajos del fondo judicial del siglo XIX, insumos básicos para recrear
la vida de los sin voz, aquellas personas que por no ser héroes ni estadistas yacen
a la penumbra de la historia. Y ahí están ellas, frente al juez y sus
victimarios, denunciando las agresiones de parejas, conocidos o desconocidos. En
las causas criminales aparecen las figuras de “maltrato”, “forzamiento” (violación)
o “uxoricidio” (hombre que mata a su esposa), que prefiguran distintas formas
de violencia a la mujer.
Uno de estos expedientes nos relataba el caso de la joven Ventura Pavés, brutalmente
ultrajada por dos desconocidos en Requinoa, una noche de julio de 1848. Mientras
sus padres salieron en la noche dejándola al cuidado de sus hermanos menores, llega
Martín Méndez junto a Cipriano Miranda, y entrando a la casa, según declara el
primero, “le dio como seis patadas”, por lo que la muchacha arrancó cubierta
con una frazada al exterior. Aterrada y gritando le dan alcance. Según cuenta
Ventura, Méndez “le apretó el pescuezo y le echó tierra en la boca” para
silenciarla. En estas circunstancias ambos “la forzaron” sin piedad. En el
careo se trataba más de justificar la probidad de Ventura que la flagrante
conducta de los reos. Desconocemos el resultado del pleito.
Otro caso de agresiones le ocurrió en Rancagua a la joven costurera Mercedes
Pizarro por parte de su marido. Un día que éste, en evidente estado de ebriedad,
llegó a la casa solicitando alimento, responde ella que “los frijoles no
estaban todavía cocidos”, el esposo exigió que igual le sirviese, como procedió,
pero éste rechazó el plato. Previendo una agresión, Mercedes salió del rancho
llevándose a su hijo de un año siete meses en sus brazos. Cuenta ella: “de
repente sentí un golpe en la cabeza que me aturdió en el acto y cuando volví en
mis sentidos vi al chico herido”. Producto de la caída el niño había fallecido.
El marido adujo que no actúo a conciencia por influjo del alcohol. Tampoco
conocemos resolución.
Venturas y Mercedes, así como Nabilas o Lucías, siempre han existido, y lamentablemento seguirán existiendo sino se crea conciencia sobre este mal. Es por eso que no se debe negar o menoscabar esta realidad sino hacerle frente como un fenómeno estructural que ha degradado a la mujer por siglos. La restricción para desenvolverse en el espacio público, el trabajo, la universidad y en la vida política hablan de un largo historial de violencias de carácter transversal, tanto para la mujer popular como la aristócrata. Sin embargo, conscientes de su realidad, las mujeres a principios del siglo XX se organizarán para luchar por sus derechos civiles y políticos alcanzando así las primeras victorias para el movimiento feminista.
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