Por Cristian Urzúa Aburto
La misión evangelizadora de
la Iglesia católica en Chile tomó un empuje renovado en el siglo XIX cuando su
hegemonía se vio cuestionada durante la independencia nacional y con el
advenimiento de las ideologías seculares. Esta crítica amenazaba con restarle
su antiguo poder, por lo que la institución resolvió lanzar a lo largo y ancho
del país ejércitos de misioneros para reconquistar a las masas y ponerlos al
día en la correcta enseñanza del credo.
Cada año las grandes
haciendas se acondicionaban para la realización de ceremonias y actividades que
se extendían por varios días. Acudían los inquilinos del fundo así como los
campesinos de los alrededores. Así por ejemplo, en 1899 se acondicionó la casa del
fundo denominado La Puntilla del hacendado Alejandro Arriagada para las
misiones del pueblo de Roma bajo la dirección del fraile Luis Ramírez, mientras
en Corcolén y Mendoza se realizaban misiones para los reos de la cárcel.
FIG: Las Casas de Mendoza en Rengo, lugar de las más grandes misiones religiosas realizadas en Chile Central. Fotografía: "Patrimonio Arquitectónico de la Sexta Región", Segunda Parte. |
La más popular de estas misiones
era la misión de Mendoza, ubicada en el departamento de Caupolicán. Las fiestas
se celebraban en noviembre de cada año y duraban cerca de ocho días, concurriendo
una extraordinaria cantidad de fieles de distinta procedencia. Llegaban a pie,
en mula o carretas, y luego por medio del ferrocarril urbano. Durante la
jornada se desataba todo el fervor popular con oraciones, procesiones y
bautizos en masa. Pequeños comerciantes con sus canastos, faltes y ramadas se
beneficiaban del gentío. Tal era la importancia de esta fiesta, que el gobierno
construyó a principios del siglo XX dos puentes para facilitar la afluencia de
los feligreses.
En 1886 el periódico El Comercio de Rengo daba un panorama
completo de las actividades realizadas en Mendoza durante ese año. Cerca de seis mil personas concurría al lugar en carretas, coches, caballos o a pie,
recorriendo distancias de más de una legua para oír las pláticas de los
religiosos que venían desde Santiago. La casa de Mendoza abrió sus patios para albergar a la masiva concurrencia. Junto al gentío, el pequeño comercio, las
chinganas y otras ventas populares aparecían por doquier. Decía la crónica que
“Allí se elevan oraciones fervientes y generosas que, estamos seguros, Dios ha
de tomar muy en cuenta, en razón de las dificultades que arrostran los que, a
despecho de la pobreza y de la falta de medios de transporte, acuden de puntos
tan distantes, sin contar con otro tesoro que el de su fe”. Concluido el
jubileo, tuvo lugar una solemne procesión en la que se lucieron siete imágenes
en andas y estandartes simbólicos llevados por jóvenes “decentes” con
esclavinas en sus hombros.
Las misiones, por sobre todo,
tenían un fin moralizador que buscaba renovar el compromiso espiritual del
pueblo con la iglesia, dando sacramentos en masa, bautizando a los niños,
casando a los amancebados y confesando a los pecadores. Así, en las misiones de
Rengo en 1885, 300 niños habían sido bautizados de una vez. En San Fernando en 1890,
se aseguraba que “Con las últimas misiones religiosas habidas en la matriz, los
matrimonios han sido tales y tantos que hemos oído decir que se ha casado a
destajo”.
Por lo general, los discursos
de los padres evocaban imágenes de castigos divinos que causaban un gran temor
entre la multitud, la que se deshacía en llanto pidiendo perdón. Tales
expresiones, con todo el dramatismo expresado, ponderan la influencia de la
iglesia entre los pobres, donde el párroco era una autoridad moral y fuente
irrefutable de verdad. Las misiones, junto con consolidar las lealtades entre
la iglesia y sus seguidores, sirvió además de tribuna para mantener la buena
conducta de los trabajadores y en tiempos de elecciones para apoyar a los
candidatos afines al Estado confesional.
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