sábado, 11 de abril de 2020

Brotes, epidemias y pandemias en Colchagua (Siglo XIX)

Por Cristian Urzúa


Estamos hoy en medio de una grave pandemia de alcance mundial que está afectando todas las esferas de la vida, desde la macroeconomía hasta nuestras conductas personales. Si la revuelta popular de octubre nos tuvo en un largo periodo de tensión sociopolítica, esta nueva cepa de coronavirus (Covid-19) está paralizando prácticamente el país a niveles que no podíamos siquiera imaginar. Sin embargo, debemos recordar que esta no es la primera, ni la más grave amenaza biológica sufrida en la historia de esta larga y angosta franja de tierra llamada Chile. Ya la invasión hispana del siglo XVI importó enfermedades para las cuales los pueblos autóctonos no poseían las defensas apropiadas, diezmando en masa a su población. El escaso desarrollo de la medicina y, sobre todo, una amplia vulnerabilidad social han contribuido históricamente a incrementar las muertes tanto en el periodo colonial como en el republicano debido a la acción de todo tipo de enfermedades. La perdida de seres queridos era tan común y la esperanza de vida tan breve, que las personas estaban familiarizadas a la muerte, de modo que el lema de “vivir el día” era regla general, por lo menos entre los sectores populares. La sociedad de Colchagua estuvo expuesta a periódicos brotes de viruela, fiebre tifoidea o cólera, que afectaban desde pequeñas localidades hasta grandes extensiones territoriales causando estragos en la población.

El Niño Enfermo. Pedro Lira (1902) 
En San Fernando, en noviembre de 1864, se presentó una grave epidemia de fiebre tifoidea y de viruela que se propagó rápidamente en el pueblo. “Pocas son las familias que de tres meses a la fecha, no han llorado y lloran la pérdida de dos o más de sus miembros. No hay tal vez casa donde alguna de esas enfermedades, sino ambas, haya dejado de entrar”, decía la crónica local. El hospital del pueblo prestaba regular servicio a la clase indigente y menesterosa, pero su cobertura era limitada, pues mientras los enfermos locales atiborraban sus salones, aquellos que residían a una mayor distancia estaban “condenados a perecer entre las convulsiones de una terrible agonía, o víctimas de los despropósitos de una ignorante yerbatera”, comentaba El Porvenir. En julio de 1872 en Pidigüinco se reconocía la existencia de cinco casos graves de viruela en las orillas de los caminos vecinales de ese sector. En 1877 la fiebre tifoidea recorrió distintos puntos de Colchagua, causado desgracias en un pequeño lugar de la subdelegación de Chimbarongo donde dejó algunos muertos. El año de 1887 fue particularmente trágico para todo Chile pues se había declarado una cruenta epidemia de cólera, que tuvo su origen en Buenos Aires, expandiéndose con rapidez por el país causando una gran mortandad con más de 28 mil fallecidos. Las defunciones por causa del cólera alcanzaron en Colchagua a 3.101 personas. Una forma de combatir estos y otros males era aislar a los apestados, enterrar a los enfermos en lugares distantes y realizar cordones sanitarios a ciertas áreas.

Durante el invierno se producía un alza considerable de enfermedades respiratorias que afectaban en especial a niños y ancianos. Una epidemia de tos convulsiva hizo estragos en el departamento de San Fernando durante el invierno de 1894. Las frías temperaturas de ese año afectaron gravemente a los niños pues estos -decía La Razón- “revientan en sangre de narices, y a muchos se les ha convertido en chichones la vista”. Siguiendo datos del Anuario Estadístico de Chile, en el Hospital de San Fernando hubo en 1870 cuatro causales de muertes predominantes, en su mayor parte a causa de enfermedades respiratorias: “Fiebres simples” (117 casos), disentería (53), tisis (28) y neumonía (10). Habitaciones precarias, hacinamiento, pobreza, escasa higiene y desnutrición, entre otros factores, contribuyeron a incrementar la cifra de afectados. 

La infraestructura de salud era limitada y los medios aún rudimentarios para enfrentar una crisis sanitaria. Siguiendo los datos de Chile Ilustrado de Recaredo Tornero, en 1870 la provincia contaba con el Hospital de Caridad y su dispensario, contando el primero con extensas y numerosas salas que diariamente visitaba el médico de la ciudad y el segundo, con un botiquín y practicantes que administraban medicamentos. En las subdelegaciones rurales los médicos eran escasos, por lo que en casos graves los campesinos debían trasladarse a los pueblos recorriendo largas distancias. Para la atención local estaban las matronas o parteras y las machismeicas yerbateras, quienes procuraban curas y procedimientos según su saber ancestral. Las autoridades, salvo puntuales casos, no criticaron el accionar de la medicina popular sino cuando estas se declaraban en conflicto con los profesionales de la salud por sus estrafalarios métodos. Por ejemplo, hacia 1897 se remitía desde Nancagua al intendente de Colchagua a la mujer Santos Guajardo por hacer “propaganda en contra del agua cocida, los medicamentos, médicos y hacendados, diciendo que todos están complotados para matar a los pobres”. Estas medidas las había establecido el gobierno para frenar el avance del cólera que se expandía por la provincia. Con la inoculación de la vacuna contra la viruela desde el siglo XIX habrá una verdadera psicosis colectiva, pues se creía que dicha inyección era la que provocaba la enfermedad, de modo que el gobierno tuvo que hacer fuertes campañas para educar a la población y obligarla a vacunarse. 


Fuentes

Archivo Intendencia de Colchagua; Periódicos de San Fernando: El PorvenirLa UniónLa Razón La Justicia; Tornero, Recaredo. Chile Ilustrado (1870); Anuario Estadístico de Chile (1870). 


martes, 9 de abril de 2019

Raíces que nos unen

Melissa Bravo Jorquera
Licenciada en Historia
Licenciada en Educación
Prof. De Historia y Ciencias Sociales
UCSC

Pensar en la palabra lengua nos trae a la mente diversas percepciones de lo que ella implica, pues con ella no solo nos comunicamos, sino que más allá, ella nos otorga identidad, esencia y sobre todo pertenencia a un determinado entorno, conectándonos siempre con nuestras raíces.

Es por ello, que el 21 de febrero, con motivo del Día Internacional de la Lengua materna es que queremos resaltar y enarbolar la importancia y el compromiso que como ciudadanos y miembros de cada uno de los rincones de nuestro planeta tenemos con la preservación de nuestra diversidad lingüística. 

Fuente: Imagen de Rosemarie CC
Las lenguas indígenas poseen una gran riqueza y un gran valor ancestral, valor que debe ser rescatado, y sobre todo ser tomado como un factor de desarrollo, paz y reconciliación con nuestro pasado, por nuestro presente, y más aún, por las generaciones venideras, conformando una mirada basada en el empoderamiento cultural para un futuro ad portas hacia un desarrollo sostenible, es decir, que nuestras lenguas constituyan el eje clave de la herencia ancestral tanto en nosotros mismos como en aquellos que habitarán la tierra más adelante. 

De acuerdo con las cifras, se estima que el 43% de las 6.000 lenguas que existen en el mundo están en peligro de extinción. Cifras alarmantes ya que cada dos semanas desaparece una lengua que se lleva consigo todo un patrimonio cultural e intelectual. Por otro lado, a causa de los procesos de globalización, pesa sobre las lenguas una amenaza cada vez mayor de extinguirse, pues con su decadencia se pierde la riqueza de la diversidad cultural y con ella tradiciones, recuerdos, modalidades únicas de pensamiento y expresión. 

Por ello, el llamado es a la preservación, integración y sobre todo a la promoción del plurilingüismo, basado en la lengua materna, y a su incorporación en los sistemas educativos con la finalidad de transmitir y preservar desde la escuela a nuestras culturas tradicionales. Es lo que llamamos educación multilingüe. 

El compromiso hoy es cada vez mayor, ya que de acuerdo con la Declaración Universal de los DD. HH., otra arista se suma a esta lucha; la no discriminación por motivos de idioma. Es por esto que la brecha aún existe, y como sociedad debemos ocuparnos por rescatar y respetar  todo ese valor ancestral que se transmite a través de la lengua. Como menciona Carlos Aldunate, “la lengua es el aspecto más preciado de los pueblos porque representa su particular manera de conocer el mundo  natural, social y cosmológico”. La variedad lingúistica presente en nuestro territorio nacional permanece viva gracias a los hablantes que las mantienen y las transmiten, sin embargo, hoy, lamentamos la pérdida de numerosas lenguas y vocablos que el tiempo y desuso causado por la dominación extranjera las llevó a su fin. 

Quechua, Aymara, Kunza, Rapa Nui, Mapudungún, Selk´nam, son solo algunas lenguas de miles que hoy buscamos perpetuar y como dijo un grande, Nelson Mandela,  “… si le hablas a una persona en su propia lengua, las palabras irán a su corazón”. 

martes, 29 de enero de 2019

La Federación Obrera de Chile de San Fernando

Cristian Urzúa Aburto

La Federación Obrera de Chile (FOCh) tiene su origen en 1908 a partir de una demanda que los obreros ferroviarios realizaron a la Empresa de Ferrocarriles del Estado por una baja arbitraria del salario, constituyéndose como una sociedad de socorros mutuos el 18 de septiembre de 1909 con el nombre de Gran Federación Obrera de Chile. En 1917, con el fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Revolución rusa, la organización se robustece. En la Segunda Convención en septiembre de ese año, por influencia del Partido Obrero Socialista, abre su afiliación a todos los obreros del país convirtiéndose así en una central sindical de carácter nacional. 

Luis Emilio Recabarren y la Foch de Rancagua, 1921. Colección Museo Histórico Nacional.
La FOCh logró influencia en las provincias a través de giras y conferencias de sus personeros más destacados, como los diputados Luis Emilio Recabarren y Luis Víctor Cruz, dejando sentadas las bases para la fundación de las delegaciones provinciales. Desde 1918 la institución forma en San Fernando un “Sindicato Único” que articuló a las distintas organizaciones bajo una sola dirección, legitimándola como portavoz de los trabajadores de la provincia de Colchagua. La federación se ocupó de la defensa de los obreros ante sus patrones, organizó mítines y conferencias, se ocupó asimismo de realizar obras de beneficencia y de adelanto para la ciudad. El Consejo sanfernandino creó la Escuela Nocturna Manuel Rodríguez e instaló un Mausoleo social en el Cementerio Municipal.

Durante su trayectoria la FOCh sanfernandina ejerció una indudable labor sociopolítica que se proyectó a los rincones más recónditos de la provincia: coordinaba actos de protesta, fiscalizaba las políticas municipales y fomentaba la ilustración del pueblo. La institución agrupaba a los sujetos descontentos y los volcaba a la calle con una sola voz, concentrando a los obreros en el corazón de la ciudad y dirigiéndolos por sus calles principales, aunándolos en el Teatro Municipal, en torno al kiosko de la Plaza de Armas o la estatua de Manuel Rodríguez. Como una estrategia de representación de sus intereses, la FOCh se aventuró también en la política local logrando situar a sus personeros en cargos de representación municipal. 

La institución durante la Tercera Convención de 1919 cambia su nombre a Federación Obrera de Chile, adoptando la bandera roja como emblema; y tras la Convención Obrera de Rancagua de 1921, se adhiere a los postulados del bolchevismo internacional, radicalizando sus ideas y accionar político. De modo que mientras en la ciudad encabezaba movimientos de protesta y agitación política, en el campo, junto al Partido Obrero Socialista, llevó a cabo una activa campaña para sindicalizar a los inquilinos de la haciendas. Esto, desde luego, causó una fuerte oposición de los terratenientes y las autoridades, que se tradujo en una violenta reacción que los llevó a denigrar y perseguir a sus representantes. 

En suma, la FOCh san fernandina ejerció una activa labor sociopolítica, defendiendo, concientizando y organizando a los trabajadores de la provincia de Colchagua. Sin importar su gremio (ferroviarios, panaderos, tipografos, etc.), unificó y lideró el movimiento obrero provincial, procurando el bienestar de los trabajadores con actividades sociales, políticas y culturales. Sin embargo, tras su radicalización, influenciada por Recabarren y el Partido Comunista, la institución sufriría un fuerte golpe cuando el presidente Carlos Ibáñez del Campo declara la ilegalidad de las organizaciones obreras en 1927, reprimiendo fuertemente a sus dirigentes. Constituye este un antecedente de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile (CUT), sucesora histórica de la FOCh y sus ideales de unidad obrera nacional.

jueves, 24 de enero de 2019

El Terremoto de Chillán de 1939. Una mirada desde el Departamento de Santa Cruz

Por Cristian Urzúa Aburto

El Terremoto de Chillán de 1939 es reconocido como el sismo que mayor cantidad de víctimas ha cobrado en la historia de Chile: cerca 24 mil personas fallecieron a causa de este movimiento telúrico, causando graves pérdidas materiales con más de 1.500 viviendas arrasadas. Inmediatamente se levantó una red de cooperación nacional e internacional, que impactada por la magnitud del desastre, se aprontó a enviar víveres, ropas, dinero y materiales de construcción para ayudar a los afectados. El terremoto no tuvo efectos directos en la provincia de Colchagua, sin embargo desde esta zona se enviaron recursos para apoyar a la reconstrucción de la ciudad y sus alrededores. 

Fotografía: Mercado de San Carlos de Chillán después del terremoto, 1939. Fuente: Memoriachilena.cl
El sismo ocurrió un martes 24 de enero a las 11:32 horas, con una magnitud estimada de 8,3 Ms (Magnitud de ondas superficiales). Su epicentro fue cercano a Quirihue, afectando la zona comprendida entre las ciudades de Talca y Concepción. De las características geológicas del territorio deriva la magnitud de la tragedia: una zona fluvioglaciar con gran inestabilidad de suelo unido a un movimiento “intraplaca” (sismo ocurrido al interior de la placa de Nazca y no en la interfaz de convergencia con la placa Sudamericana), determinó que su intensidad fuera mayor. Miles de personas quedaron damnificadas, sin los recursos básicos y acampando a la intemperie. Este hecho reestructuró material y culturalmente a la ciudad de Chillán, cuyo hito simbólico más representativo es la Cruz Monumental de su iglesia, que recuerda este triste episodio de la historia regional. 

La noticia del terremoto corrió con rapidez, de modo que de poco se fueron conociendo los detalles de la catástrofe. En el periódico El Independientede Santa Cruz, se mostraban sentidos discursos y reflexiones ante la catástrofe. Su primera reacción es de horror y amargura ante la magnitud de la tragedia, por lo que compelía a la población a dar muestras de “solidaridad” y “patriotismo” para mitigar tanta desgracia. Las erogaciones no se hicieron esperarde modo que sujetos y familias de distinta connotación social, desde inquilinos hasta familias adineradas, se aprestaron a dar su ayuda a los damnificados (El Independiente, 25 de enero de 1939). 

La Gobernación de Santa Cruz por su lado, solicitó “que deberán ponerse a la orden de esta Gobernación, antes de 24 horas, todos los camiones en servicio dentro del Departamento”, los que serán “enviados con personal puesto por sus dueños, a la Intendencia de Colchagua, de donde serán enviados al lugar en que sean más necesarios” (El Independiente, 11 de febrero de 1939). Se organizó un Comité Central y Comités Comunales para coordinar la recolección de cuotas en el departamento. Al respecto, el periódico El Cóndorsostenía que “Ante la dolorosa tragedia que enluta a nuestro país y que lleva la desolación y la miseria a muchos hogares, el Gobernador de Santa Cruz pide al pueblo a los comerciantes, a los dueños de boticas, a los agricultores y a todo el que sienta dentro de su corazón un sentimiento de solidaridad y amor patrio, que contribuya con su ayuda material, sea en dinero, sea en productos agrícolas, sea en medicamentos, sábanas etc., etc. a fin de mitigar, en parte, tanto dolor y tanta desgracia” (El Cóndor, 28 de enero de 1939). Una vez recolectados los aportes, sale la primera partida de ayuda hacia la zona afectada: “Ayer, a las seis de la madrugada, partieron hacia el Sur los primeros víveres que los habitantes de Santa Cruz, envían a sus hermanos doloridos. En esos diez camiones, que representan con sus maquinarias la potencia creadora del hombre, va también el indomable espíritu de lucha chileno” (El Cóndor, 4 de febrero de 1939). 

El Terremoto de Chillán aunque no tuvo efectos directos sobre la provincia de Colchagua, generó secuelas al afectar al sistema económico nacional y reasignar recursos fiscales a la zona dañada postergando proyectos agendados a nivel local. Influyó además en términos anímicos en la sociedad, aumentando la incertidumbre ante la naturaleza, cuya expresión es el despliegue de una intensa religiosidad (con misas y confesiones en masa). Finalmente, exhibe las habituales demostraciones de solidaridad de la comunidad local, cuyos sujetos, pese a sus carencias personales, deciden donar alimento, ajuar o dinero para ayudar a los damnificados y contribuir al proceso de reconstrucción.

miércoles, 10 de octubre de 2018

El Qhapaq Ñan al sur del valle del Maipo. Un patrimonio arqueológico por conocer y proteger

Por Cristian Urzúa Aburto

El Qhapaq Ñan fue el sistema vial que conectó al imperio Inca, asentado en el Cusco, con una parte importante del territorio de Sudamérica y que facilitó su expansión sobre un vasto territorio, dejando hoy en día grandes vestigios y expresiones culturales. En atención a su valor patrimonial, por una gestión internacional (de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú), la Unesco el 2014 declara al camino del Inca como Patrimonio Cultural de la Humanidad bajo la categoría de itinerario cultural. Para Chile, esto supone un desafío para la gestión de una extensa área arqueológica desde Arica hasta el Maule. En su parte más austral, al sur del valle del Maipo, donde los picunches ejercieron una férrea resistencia a la dominación incaica, su patrimonio es menos conocido y protegido. 

Pucará del cerro La Compañía, CMN. 
Un itinerario cultural es resultado del movimiento e interacción humana continua en el tiempo, de carácter dinámico y con un patrimonio cultural evidente. El Qhapaq Ñan reúne estas características, como un símbolo del poder del Inca, el que se expandió a distintos pueblos transmitiendo su cosmovisión e influencia, cuya herencia perdura a través de una monumental infraestructura arqueológica y comunidades indígenas vivas asociadas. 

La presencia del camino del Inca es particularmente notoria en el norte de Chile, aunque algunos vestigios dan cuenta decidida de su presencia en el valle central. En las regiones de O’Higgins y Maule existen distintos hitos arqueológicos del imperio incaico: los pucarás o fortalezas del cerro La Compañía en Graneros y el cerro La Muralla de San Vicente de Tagua-Tagua, entierros y piezas cerámicas (platos, aríbalos o escudillas) de factura o influencia incaica en el cerro Tren-Tren de Doñihue, Rengo, Malloa y Palquibudi (Curicó). También se vislumbra a través de los sistemas de regadío, el arte rupestre y en los documentos dejados por los conquistadores hispanos, que atestiguan la enemistad del inca con los pueblos autóctonos. En conjunto, estos vestigios son parte integral de lo que fuera el Qhapaq Ñan en los valles de Cachapoal, Colchagua y Maule, donde la resistencia promaucae impidió la expansión del Tawantinsuyo más al sur. 

Pese a lo señalado, en esta área el patrimonio arqueológico está sumamente vulnerable. Citemos el caso más dramático al respecto, el del Pucará del Cerro La Compañía, que ha estado en el más completo abandono, sin cierre perimétrico, expuesto a visitas espontáneas y, ante todo, perjudicado por la instalación de una antena telefónica, cuyas obras destruyeron uno de sus muros. De acuerdo a la Ley 17.288 los “lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico; los enterratorios o cementerios u otros restos de los aborígenes, las piezas u objetos antropo-arqueológicos”, entre otros, quedan bajo tuición y protección del Estado. Sin embargo, los escasos recursos asignados a esta materia hace difícil su fiscalización y resguardo, aunque la creación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio constituye un avance en la materia. 

Positivamente, profesionales (arqueólogos, antropólogos, historiadores) e instituciones (como el Museo Regional de Rancagua y la Fundación Añañuca) han desarrollado iniciativas para la protección y conocimiento de los yacimientos arqueológicos regionales. No obstante, es necesario desplegar una mirada integral del patrimonio cultural para aunar la arqueología dispersa en una visión global en vías de desarrollar planes de manejo a gran escala. El concepto del Qhapaq Ñan como itinerario cultural, en efecto, tiene la virtud de unificar el patrimonio material e inmaterial, los paisajes culturales y las comunidades, en una compresión global desde lo local.

martes, 11 de septiembre de 2018

De guerrillero a gobernador: Manuel Rodríguez en la provincia de Colchagua

Por Cristian Urzúa Aburto

Muchos son los personajes de la época de la independencia que han dejado su huella para la posteridad, pero pocos han legado un recuerdo tan hondo y sentido entre todos los chilenos como Manuel Rodríguez, el guerrillero. Este sentimiento es particularmente grande en la Provincia de Colchagua, escenario de muchas de sus correrías, hazañas que alcanzaron una categoría de legendarias y que hicieron de Rodríguez un santo secular. 


La leyenda comienza a gestarse durante la época de la Reconquista Española (1814-1817), cuando Rodríguez bajo las órdenes de José de San Martín comienza un trabajo de espionaje e insurrección armada contra la ocupación hispana. Para ello comienza a armar montoneras reclutando a famosos bandidos como José Miguel Neira. Se rodeó también de una serie de informantes entre el bajo pueblo, filtrando así los aposentos de las más altas autoridades españolas. 

Cuenta Ricardo Latcham en su “Vida de Manuel Rodríguez”, que estando el guerrillero en la casa de su amigo José Eulogio Célis, Juez de Subdelegación del sector de Rastrojos, los talaveras tocan la puerta sabiendo que el guerrillero rondaba por el lugar. En un golpe de astucia, Rodríguez se mete al cepo de castigo simulando un severo estado de ebriedad. Consultado Célis por el hombre en el cepo, responde: “Es un curao impenitente, señor, y además es un tenorio muy fregao, que no eja tranquila a ninguna de las chinas de la hacienda”. 

No es secreto que el guerrillero era un “Don Juan” de tomo y lomo, que gustaba de la vida festiva y enamorar a las muchachas con su labia prodigiosa. Uno de sus amores fue Francisca de Paula Segura, aristócrata señorita de Pumanque, cuyos amoríos con el guerrillero dejaron un niño en su vientre que nunca llegó a conocer. Este hijo fue Juan Esteban Rodríguez Segura, importante personalidad política del siglo XIX y abuelo del ex presidente Juan Esteban Montero Rodríguez. Algunos aseguran que Manuel se casó con Francisca y que sus restos descansan junto a ella en la iglesia de la Virgen del Rosario de Pumanque.

El doce de enero de 1817 una montonera de huasos se toma la villa de San Fernando. Nuevamente la astucia de Rodríguez fue determinante en la victoria. Según se cuenta, sus improvisados soldados simularon disponer de cañones envolviendo piedras en cueros tirados por jinetes, cuyo estruendo, junto a la voz de carga de los imaginarios artilleros, persuadió a los defensores de la villa a abandonar las armas. Después de la victoria de Chacabuco al mes siguiente, siguiendo las órdenes de San Martín, nuevamente Rodríguez cae sobre la villa con el fin de contener la retirada de los realistas al sur. 

Posteriormente Rodríguez asume como Gobernador de San Fernando, estableciendo fuertes contribuciones a los realistas y a sus simpatizantes, con quienes no tuvo piedad. Como señala Alejandro Chelén en el libro “El Guerrillero Manuel Rodríguez y su Hermano Carlos”, Rodríguez era de la idea de “que los godos vomiten cuanto tengan, y que a sus expensas de los males que ellos mismos nos han ocasionado”. La radicalidad de sus acciones y la enemistad entre carrerinos y o’higginistas determinarían su relevo del cargo, siendo trasladado a Santiago y luego a Tiltil, donde sabemos cómo terminó la historia.    

La leyenda y los hechos en torno al guerrillero se entremezclan de tal forma que es difícil tener un juicio objetivo en torno a su vida, lo cual incita las más fervientes discusiones. Sobre lo que no cabe duda, es que Rodríguez se ha convertido en un icono popular que ha servido de inspiración a la literatura, el cine y el folclor. En tierras colchagüinas su figura se recuerda con monumentos en su honor y una tradición oral que sigue reproduciendo sus extraordinarias aventuras.

lunes, 30 de julio de 2018

La Cárcel de San Fernando: presidio, centro de detención política y Monumento Histórico Nacional

Por Cristian Urzúa Aburto

Las edificaciones pueden seguir caminos complejos más allá para lo que las autoridades mandantes y arquitectos originalmente habían concebido. Es en estos inmuebles donde ocurre el acontecer histórico, condicionado por su función arquitectónica primaria y la subjetividad humana que significa aquella materialidad. Irrevocablemente, sobre la cárcel pervive una imagen negativa, como un lugar tabú donde permanecen quienes corrompen la ley en todas sus formas. Pero son también sitios donde se encarna una política interna que aprisiona formas de vida alternas o visiones políticas disidentes. 

Frontis de la Cárcel de San Fernando, 2018. Foto: Cristian Urzúa. 
La Cárcel de San Fernando, ubicada entre las calles Olegario Lazo y José Argomedo, se comienza a construir a fines de 1880 para ser inaugurada en 1891 durante la presidencia de don José Manuel Balmaceda. Esta obra se inspira en el nuevo Código Penal de 1874 que moderniza el antiguo régimen colonial que enfatizaba el castigo físico de los condenados. Pese a ello, perduraría aún una lógica represiva antes que la rehabilitación de los internos. Por sus celdas pasaron delincuentes comunes, “de oficio”, pero también dirigentes sindicales, ebrios consuetudinarios y vendedores ambulantes. En el día a día los reos reprodujeron códigos y normas de convivencia interna, y hasta crearon una jerga propia: el coa. En los días de visitas llegaban allá las atribuladas madres y familiares de los reos, las sociedades de beneficencia y de trabajadores, que reconocían su infortunio y cuyas condiciones de pobreza los había arrastrado hacia ese lugar.

Tras años de historia carcelaria ocurre el Golpe de Estado de 1973, momento cuando la cárcel toma una función distinta: se convierte en el recinto de detención política y tortura más grande de la Provincia de Colchagua, registrando unas 250 personas detenidas en los primeros años del régimen militar. La documentación indica que los presos políticos vivían largos periodos de aislamiento y hacinamiento, sin contacto con sus familiares. Sin embargo, intramuros, a instancias de partidos de fútbol y lecturas colectivas para resistir el encierro, construyeron solidaridades y redes de apoyo que más tarde se convirtieron en pivotes de resistencia a la dictadura. 

En enero de 2009 la cárcel se convierte en Monumento Histórico Nacional en razón a su valor arquitectónico e histórico. La cárcel es un inmueble con torre central que vigila los pabellones (dispositivo panóptico), construido de albañilería y ladrillo que conforma celdas, área administrativa y ex casa del alcaide, entre otros espacios carcelarios. Otra parte de su valor reside en los sucesos acontecidos en dictadura según lo indicado con anterioridad. Así, la materialidad se nutre de un significado especial, trágico es cierto, pero que indica un valor patrimonial intangible que es preciso conservar.  

Pese a lo señalado, la edificación se encuentra deteriorada y abandonada, esta no se acopla a la ciudad y yace en cierta forma oculta e ignorada, como vestigio de una historia secreta que no se ha querido revelar. Es necesario por tanto discutir la pertinencia de su activación como sitio histórico y/o espacio de memoria para integrarla al conjunto de bienes patrimoniales de la ciudad. De todas formas, quienes deben decidir sobre el destino último de este recinto son los propios sanfernandinos, legítimos depositarios de los bienes culturales de su comuna.    

Fuentes

Ministerio de Educación (2009). Declaración de Monumento Nacional en la Categoría de Monumento Histórico a la Cárcel de San Fernando, entre otros inmuebles, Santiago, 27/01/2009. 

Museo de la Memoria y Los Derechos Humanos (2018). Archivos de la Memoria en Chile. Investigación, Catastro y Recopilación de Patrimonio Tangible e Intangible sobre Derechos Humanos en la Región Libertador Bernardo O’Higgins. Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, Santiago.

Urzúa, Cristian y Cortez, Abel (2016). La cuestión social en San Fernando. Ciudad, sociedad y sectores populares, 1884-1927. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Región de O'Higgins, San Fernando.