miércoles, 28 de marzo de 2018

Las misiones religiosas de Colchagua en el siglo XIX

Por Cristian Urzúa Aburto

La misión evangelizadora de la Iglesia católica en Chile tomó un empuje renovado en el siglo XIX cuando su hegemonía se vio cuestionada durante la independencia nacional y con el advenimiento de las ideologías seculares. Esta crítica amenazaba con restarle su antiguo poder, por lo que la institución resolvió lanzar a lo largo y ancho del país ejércitos de misioneros para reconquistar a las masas y ponerlos al día en la correcta enseñanza del credo.

Cada año las grandes haciendas se acondicionaban para la realización de ceremonias y actividades que se extendían por varios días. Acudían los inquilinos del fundo así como los campesinos de los alrededores. Así por ejemplo, en 1899 se acondicionó la casa del fundo denominado La Puntilla del hacendado Alejandro Arriagada para las misiones del pueblo de Roma bajo la dirección del fraile Luis Ramírez, mientras en Corcolén y Mendoza se realizaban misiones para los reos de la cárcel.

FIG: Las Casas de Mendoza en Rengo, lugar de las más grandes misiones religiosas realizadas en Chile Central.
Fotografía: "Patrimonio Arquitectónico de la Sexta Región", Segunda Parte.
La más popular de estas misiones era la misión de Mendoza, ubicada en el departamento de Caupolicán. Las fiestas se celebraban en noviembre de cada año y duraban cerca de ocho días, concurriendo una extraordinaria cantidad de fieles de distinta procedencia. Llegaban a pie, en mula o carretas, y luego por medio del ferrocarril urbano. Durante la jornada se desataba todo el fervor popular con oraciones, procesiones y bautizos en masa. Pequeños comerciantes con sus canastos, faltes y ramadas se beneficiaban del gentío. Tal era la importancia de esta fiesta, que el gobierno construyó a principios del siglo XX dos puentes para facilitar la afluencia de los feligreses.

En 1886 el periódico El Comercio de Rengo daba un panorama completo de las actividades realizadas en Mendoza durante ese año. Cerca de seis mil personas concurría al lugar en carretas, coches, caballos o a pie, recorriendo distancias de más de una legua para oír las pláticas de los religiosos que venían desde Santiago. La casa de Mendoza abrió sus patios para albergar a la masiva concurrencia. Junto al gentío, el pequeño comercio, las chinganas y otras ventas populares aparecían por doquier. Decía la crónica que “Allí se elevan oraciones fervientes y generosas que, estamos seguros, Dios ha de tomar muy en cuenta, en razón de las dificultades que arrostran los que, a despecho de la pobreza y de la falta de medios de transporte, acuden de puntos tan distantes, sin contar con otro tesoro que el de su fe”. Concluido el jubileo, tuvo lugar una solemne procesión en la que se lucieron siete imágenes en andas y estandartes simbólicos llevados por jóvenes “decentes” con esclavinas en sus hombros.

Las misiones, por sobre todo, tenían un fin moralizador que buscaba renovar el compromiso espiritual del pueblo con la iglesia, dando sacramentos en masa, bautizando a los niños, casando a los amancebados y confesando a los pecadores. Así, en las misiones de Rengo en 1885, 300 niños habían sido bautizados de una vez. En San Fernando en 1890, se aseguraba que “Con las últimas misiones religiosas habidas en la matriz, los matrimonios han sido tales y tantos que hemos oído decir que se ha casado a destajo”.

Por lo general, los discursos de los padres evocaban imágenes de castigos divinos que causaban un gran temor entre la multitud, la que se deshacía en llanto pidiendo perdón. Tales expresiones, con todo el dramatismo expresado, ponderan la influencia de la iglesia entre los pobres, donde el párroco era una autoridad moral y fuente irrefutable de verdad. Las misiones, junto con consolidar las lealtades entre la iglesia y sus seguidores, sirvió además de tribuna para mantener la buena conducta de los trabajadores y en tiempos de elecciones para apoyar a los candidatos afines al Estado confesional.

viernes, 16 de marzo de 2018

La comarca de ensueño y la formación de nuestra identidad

Melissa Bravo Jorquera
Licenciada en Historia
Licenciada en Educación
Prof. De Historia y Ciencias Sociales
UCSC

Conocer la historia de nuestros antepasados es esencial porque nos permite formar una conciencia de pertenencia a un lugar determinado. Cada niño, cada joven, cada adulto, que identifica como suya la historia de su comunidad aprende a respetarla, cuidarla y más aún, a valorarla. Es por ello que generar conexiones es imprescindible, sobre todo hoy, en donde observamos los cambios bruscos a los que cada día la humanidad se ve sometida.

Museo Lircunlauta
La historia es todo, somos todos y todos caminamos por ella y hacia ella. Construimos historia todos los días, y tanto niños, como jóvenes y adultos debemos involucrarnos no sólo como meros espectadores, sino como protagonistas principales de nuestra propia historia.  Cada día observo en niños y jóvenes el escaso o casi nulo apego con la historia de nuestra ciudad. Historia viva, historia que sucedió, pero que claramente sigue sucediendo y avanzando a pasos agigantados.

¿Han pensado alguna vez en la importancia de la historia sanfernandina? ¿Se han preguntado cuáles son los orígenes de nuestra ciudad? O tal vez, ¿Cuál es la importancia de la Casa Lircunlauta?… ¿Por qué los nombres de las calles? ¿Qué historias se esconderán tras los muros de la Iglesia San Francisco? ¿Quiénes dieron inicio a todo?

Para poder conocer nuestro proceso histórico local es necesario ir más allá, dar a conocer la historia, que sea visible, que llegue a todos los rincones de nuestra ciudad, que no sólo sea un documento escrito, sino que sea motivo de encuentro, reflexión y satisfacción cada día. Sólo hace falta unir las piezas, juntarlas y tornarlas a la vista de toda la comunidad, empaparnos de ella y hacerla nuestra. ¿Cómo? Partiendo de la base…

La historia nos muestra que un 17 de mayo de 1742 fue fundada la Villa San Fernando de Tinguiririca por el gobernador José Antonio Manso de Velasco. Este hecho está ligado a la casa Lircunlauta ya que dicha casa patronal, que fuera la antigua Hacienda Lircunlauta existe mucho antes de 1742. En el año 1739, Juan Jiménez de León y su esposa, Ana María Morales de Albornoz donaron 450 cuadras de tierra de su propiedad a la corona española para que allí se fundara la ciudad. De acuerdo con antecedentes históricos, es la única ciudad de Chile que conserva su cuna, es decir, la casa que la vio nacer y crecer hasta nuestros días.  

Historias pequeñas, que a través de actos pequeños podemos probar que la realidad es transformable, pues actuar sobre ella es ir más allá… Que la casa Lircunlauta sea el punto de encuentro de nuestra comunidad, que nos reúna a todos, sin importar edades, sexo ni condiciones. Que sea la trasmisora de la historia sanfernandina para que nuestras nuevas generaciones conozcan de nuestros antepasados, y más aún, conozcan de nosotros mismos. Dicen por ahí que “la escritura es la pintura de la voz”, fomentemos, pues, en nuestros niños, jóvenes y adultos la historia local, que no quede ahí guardada. Formemos personas integrales con capacidad crítica y reflexiva, que sean capaces de conocer sus orígenes, nuestros orígenes. Creemos espacios y más aún, un puente de apego a través de la escuela, asociaciones e instituciones.

Identidad, memoria, reflexiones y pensamiento crítico, son los parámetros que hoy, nosotros debemos generar. La pertenencia no sólo a una determinada familia o club, sino que más allá, a una ciudad, a un país con tradiciones y costumbres propias, es la que debemos ser capaces de lograr, la identificación de cada niño, de cada joven, de cada adulto, “porque la historia de mi ciudad, es también mi historia”.