Por Cristian Urzúa Aburto
Publicado en Tell Magazine, Edición de abril de 2017
La
constitución de la red ferroviaria de Colchagua se inicia en 1856, cuando se edifica
la línea del ferrocarril longitudinal sur desde Rancagua a San Fernando en 1862,
llegando a Curicó en 1868. Más tarde se construyeron los ramales de Pelequén a
Las Cabras entre 1888 y 1893 y el de San Fernando a Pichilemu entre 1900 y
1926. Para construir las vías y estaciones, los ingenieros necesitaron una
ingente cantidad de mano de obra local para trabajos que requerían una gran
fuerza física, tesón e inteligencia, para enfrentar así los requerimientos
arquitectónicos del trazado de “la línea”. Para perjuicio de los hacendados, el
ferrocarril les quitaba importante mano de obra, especialmente en la época de
cosechas y siembras.
El
carrilano fue reclutado entre los peones agrícolas que deambulaban por el valle
colchagüino atraídos por la buena paga y las condiciones más libres de trabajo.
Su labor consistió en nivelar la tierra, instalar rieles y durmientes, así como
construir puentes o túneles, obras que exigían un gran vigor y resistencia
física. Los carrilanos instalaron campamentos móviles que se desplazaban a
medida que avanzaba el trazado ferroviario, a manera de los gitanos, donde
fuera de descansar y hacer su vida cotidiana, realizaban grandes fiestas para el
malestar de los patrones. Asimismo, creó una subcultura caracterizada por la
marginalidad, y fue tal su nombradía como un sujeto turbulento, que la poesía y
la música popular lo definió como un sujeto vivaz, pendenciero, amigo del juego
y el alcohol.
Las
faenas del ferrocarril aunaron una gran cantidad de trabajadores –de doscientos
a mil peones–, los que se volvían en ocasiones incontrolables para sus administradores
y capataces. Ocurrían a veces grandes alzamientos por injusticias y atraso en
el pago de los salarios, situación que los llevaba a paralizar la faena como
una medida de presión. Pero las más de las veces esta protestas derivaban de su
carácter rebelde e insubordinado. En 1865, por ejemplo, en el tramo de San
Fernando a Curicó, se amotinaron doscientos peones causando desórdenes de todo
tipo, asaltando chacras y fundos. Por situaciones como esta, como medida
precautoria, en varias ocasiones la autoridad local enviaba a la policía o el
ejército para vigilar a los peones con el fin de garantizar el normal
funcionamiento de las faenas.
Así
y todo, los carrilanos cumplieron y construyeron una impresionante red
ferroviaria que unía a la zona de Colchagua con el norte y el sur, y a las ciudades
provinciales con la costa. De ello perviven obras tan relevante como el Túnel
El Árbol del ramal de San Fernando a Pichilemu construido en 1909, con una
longitud de 1.960 metros, declarado Monumento Nacional. Es por eso que, además
de reconocer el patrimonio ferroviario representado por locomotoras y
estaciones, es necesario destacar el factor humano que incidió en la
construcción y operación del ferrocarril. El ingeniero Henri Meiggs, quién
construyera el ferrocarril al sur desde Maipo a San Fernando, destaca que la
laboriosidad del obrero ferroviario estaba condicionada por el trato de los
patrones, diciendo que: ”Hay tres cosas que el peón chileno necesita para
volverse el mejor trabajador del mundo: justicia, porotos y paga”.