domingo, 18 de diciembre de 2016

Los Constituyentes del Cachapoal. Rancagua como eventual sede del Congreso en 1826 y 1828

Por Gabriel Anich Sfeir
Estudiante de Derecho, Universidad de Chile. 


Uno de los ramos de primer año conducentes al grado de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales es “Historia del Derecho”. Fue en una clase cuando estudiábamos los “ensayos constitucionales” (que más tarde profundicé en un electivo dirigido por Sofía Correa) del período 1823-1830, en que el profesor señala que “la Constitución de 1828 fue redactada por un Congreso que se reunió en Rancagua”.

¿Una Ley Fundamental escrita en la capital del Cachapoal? Me puse de inmediato a investigar. Dicho Congreso estaba programado para sesionar en Rancagua, pero por alguna razón se reunió en Valparaíso. El profe (cuya identidad me reservo) me insistió que dicha legislatura estuvo en Rancagua, cuando corrí a avisarle mi descubrimiento. Decidí seguir con mi investigación. Ahora, este medio me da la posibilidad de relatar estos sucesos de la ciudad de héroes. Agradecimientos también a mis profesores por motivarme en la búsqueda y análisis crítico de los hechos que marcan nuestra Historia. A ellos va este estudio.

Para situarnos en su contexto, el período que nos convoca es aquel transcurrido entre 1823 (abdicación de O’Higgins) y 1830 (victoria del bando pelucón sobre el pipiolo en Lircay), como ya dijimos. La historiografía tradicional la ha definido como tiempos de “anarquía” dada la proliferación de caudillos e intentos de organización del Estado que fracasaron por no responder a la realidad local. Otras corrientes más liberales le denominan acertadamente “época de los ensayos constitucionales”, donde se ensayaron distintos modelos de Constitución para Chile y las primeras autoridades nacionales sacaron lecciones en base a los mismos, los cuales terminarían plasmados en una Carta más seria como la de 1828, que sería la base del texto de 1833.

Ya en 1823 se había probado sin éxito un ensayo de corte conservador y moralista. El 15 de marzo de 1826, el Director Supremo Ramón Freire decretó la convocatoria a un “Congreso Nacional Constituyente” que se reuniría en Rancagua el 15 de junio de ese año.  Los cabildos y asambleas provinciales procedieron entonces a elegir a los diputados que lo conformarían. A lo largo del Siglo XIX, los procesos electorales se caracterizaron por prácticas fraudulentas y compra de sufragios.

No era la primera vez que se buscaba una sede legislativa fuera de Santiago. En 1824, Freire dispuso que el Congreso debía efectuar sus sesiones en Quillota para el período 1824-1825. No obstante, la falta de alojamientos y las distancias entre esta ciudad y las sedes centrales del poder político determinaron su realización en la capital.
  
Los Diarios de los Cuerpos Legislativos indican que al 3 de junio algunos diputados electos habían llegado a Rancagua a prepararse para sesionar. No obstante, Freire decretó el 22 de ese mes que la reunión se realizase en la ciudad capital de Santiago, dada “la falta de proporciones que hay en la ciudad de Rancagua para situarse cómodamente, y la precisión de tener más inmediatos los documentos que han de necesitarse”.

Fue este Parlamento, que sesionó entre el 4 de julio de 1826 (fecha en que se cumplían 25 años de la instalación del primer legislativo patrio) y el 22 de junio de 1827, del cual emanaron las “Leyes Federales” impulsadas por José Miguel Infante e inspiradas en el modelo norteamericano. Sin ser una Constitución propiamente tal, pretendían ser la base de un futuro Código Político. Son el primer texto constitucional chileno en crear la figura de “Presidente de la República”, y además dividieron al país en ocho provincias: Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Colchagua, Maule, Concepción, Valdivia y Chiloé. Rancagua dependía administrativamente de la Provincia de Santiago.

Nuestra ciudad fue representada en el Congreso de 1826 por dos diputados: Uno fue el Presbítero Juan Aguilar de los Olivos, sacerdote simpatizante del bando patriota y que fuera párroco de Rancagua desde 1824 hasta 1833. Ocupó la Vicepresidencia de la Cámara entre febrero y marzo de 1827. El otro era Francisco García Huidobro Aldunate, quien no se integró a las sesiones. Fue reemplazado por su suplente, Santiago de Echeverz Santelices, Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y más tarde miembro de la Comisión Revisora del Código Civil de Andrés Bello.

El fracaso de la implantación de las leyes de Infante motiva a que el Presidente Francisco Antonio Pinto convoque el 5 de diciembre de 1827 a un Congreso General Constituyente. Ordenó su realización nuevamente en Rancagua e iniciaría sus sesiones el 12 de febrero de 1828. Nuevamente se presentaron inconvenientes: “[A] causa de la naturaleza de las cuestiones en que debía entenderse, convenía desde luego como punto de residencia la capital de la República, pues entre las muchas ventajas que esto ofrecía, se encontraba la de servir de enseñanza a la juventud que más tarde se dedicase a la carrera administrativa…”.

Así, Pinto decretó el 8 de febrero de 1828 que el Congreso sesionaría en Santiago y se instalaría el 25 de ese mes. Pero existían divergencias sobre la sede del legislativo. El 16 de abril, el diputado suplente por Cauquenes Manuel de Araoz propuso trasladarlo a Valparaíso, para que pudiera efectuar sus labores sin intervención del Ejecutivo ni de los grupos de poder. Esta iniciativa fue aprobada, de manera que el Congreso inició sus sesiones en la Iglesia Santo Domingo del puerto el 2 de junio.

Nuevamente Rancagua tendría dos representantes en el Parlamento: Juan de Dios Vial del Río, quien se desempeñaba como Presidente de la Corte Suprema, y José Antonio Valdés Huidobro. No fue necesario que se integrara el suplente José Antonio Ovalle y Vivar.

Cabe destacar la mayoría (o casi la totalidad) de los diputados en los primeros parlamentos eran vecinos de la ciudad de Santiago, los cuales eran propuestos a los electores de las provincias para su votación. Era evidente que preferían realizar su trabajo legislativo en la capital, por lo que fue necesaria la amenaza de sanciones penales para que los diputados rebeldes se integraran al Congreso porteño.

Los constituyentes entregaron la nueva Constitución Política del Estado y Pinto la promulgó el 8 de agosto de 1828. Esta respondía de mejor manera a las circunstancias de la época, pues cimentaba un sistema unitario dirigido por un Ejecutivo fuerte, representado por el Presidente de la República y el Vicepresidente de la República. El Parlamento adoptó definitivamente la forma bicameral, compuesto por el Senado y por la Cámara de Diputados. La Carta de 1828 ha sido llamada “liberal” por establecer numerosas libertades individuales, declarar que “nadie será perseguido ni molestado por sus opiniones privadas” aun estableciendo que la religión oficial de la República era la “Católica Apostólica Romana con exclusión del ejercicio público de cualquier otra”, y por abolir los mayorazgos y las “vinculaciones que impidan el enajenamiento libre de los fundos”.

El Congreso comenzó sus sesiones el 6 de agosto de 1828, iniciando el primer período legislativo de su historia. Rancagua continuó siendo representada por Valdés Huidobro hasta el cierre de sesiones el 31 de enero de 1829. El 1 de agosto de ese año se dio la partida al segundo período legislativo, el cual fue clausurado abruptamente por el Presidente Pinto el 6 de noviembre. Fueron electos diputados por Rancagua los señores Manuel de Hurtado y Rafael Correa de Saa Lazón.

Pero no fue la estructura de la Ley Fundamental la responsable de su breve duración: conflictos por su interpretación a la hora de calificar la elección de Presidente y Vicepresidente en mayo de 1829 gatillaron una guerra civil entre pipiolos (liberales, con mayoría en el Congreso) y pelucones (conservadores, estanqueros, o’higginistas y federales). Estos últimos se alzan vencedores en Lircay el 17 de abril de 1830 y al año siguiente asume la primera magistratura de la Nación su líder, el General José Joaquín Prieto.

Es interesante señalar que, en una de sus disposiciones transitorias, la Constitución de 1828 establecía que en 1836 el Congreso debía convocar a una “gran Convención, con el único y exclusivo objeto de reformar o adicionar esta Constitución (…)”. El Parlamento en su mayoría conservador decidió adelantar la convocatoria a esta Gran Convención el 21 de junio de 1831. La compusieron 16 diputados de la entonces legislatura y 20 ciudadanos “de conocida probidad e ilustración”. Sobre la base del texto de 1828, se le añadieron y modificaron diversas disposiciones al original, especialmente elementos de tipo conservador y autoritario (como reforzar la autoridad del Ejecutivo, por ejemplo), que resultaron en una Carta que fue sancionada y publicada el 25 de mayo de 1833. Nacía a la vida jurídica la Constitución de 1833, la más longeva del constitucionalismo chileno, vigente hasta el 18 de octubre de 1925: 92 años, 4 meses y 24 días inclusive.

La Gran Convención de 1831 a 1833 fue encabezada por Santiago Echeverz y Juan de Dios Vial del Río, como Presidente y Vicepresidente respectivamente, en razón de sus cargos como jueces de los Tribunales Superiores de Justicia. Ya vimos que ambos fueron representantes de Rancagua en los Congresos Constituyentes de 1826 y 1828, respectivamente.

Bibliografía
-       Carrasco Delgado, Sergio. “El Congreso Nacional en Valparaíso”. Revista Derecho Público. Santiago: Universidad de Chile. Nºs. 47-48. 1990.
-       Letelier Madariaga, Valentín. “Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile (1810-1845)”. Tomos XII, XV y XXI.
-       Heise González, Julio. “150 años de evolución institucional”. Quinta edición. Santiago: Editorial Andrés Bello. 1984.
-       Valencia Avara, Luis. “Anales de la República”. 2 Tomos. Segunda edición Santiago: Editorial Andrés Bello. 1986.
-       Textos Constitucionales Chilenos en “Fuentes documentales y bibliográficas para el Estudio de la Historia de Chile”. Departamento de Historia de la Universidad de Chile. (historia.uchile.cl)
Historia Política y Legislativa de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile (bcn.cl)

martes, 31 de mayo de 2016

Desastres naturales en la Región de O'Higgins, una mirada histórica



Por Cristian Urzúa Aburto 

“Chile: país de catástrofes”, es la frase que se usa comúnmente para describir el espacio que nos cobija; y ciertamente, de tanto en tanto, la naturaleza nos sorprende con la magnitud de sus fuerzas telúricas o climáticas. El historiador Rolando Mellafe acuñó el concepto de “acontecer infausto” para definir las calamidades que han generado la destrucción de sitios antropizados y que forjaron una cosmovisión en la sociedad chilena producto de la colectividad de la experiencia y su periodicidad.   
            Cada región de Chile ha estado expuesta a desastres naturales de acuerdo a sus características geográficas. La Región de O’Higgins, por cierto, no ha estado exenta a la amenaza de terremotos, temporales, sequias o heladas. Baste mencionar los recientes desbordes de los ríos Tinguiririca y Cachapoal que provocaron inundaciones en las viviendas rivereñas. 


            En el albor del siglo XX ocurre el terremoto de 1906 en la zona central, que ocasiona el derrumbe de casas y edificios, miles de damnificados, cientos de heridos y fallecidos, especialmente en la costa. Edificios públicos, iglesias, escuelas y los humildes ranchos campesinos resultaron destruidos. El gobierno dio subvenciones a los damnificados, principalmente a los pobres, cuyas frágiles viviendas de adobe colapsaron inmediatamente.
            El terremoto de 1928 se recuerda en la región por la destrucción del depósito de relaves mineros en el campamento Barahona, cerca de Sewell, que hizo subir el nivel del río Coya y Cachapoal. La corriente se llevó la vida de 54 trabajadores de la Braden Copper Company que murieron arrastrados por el río.
            Son muchos los eventos infaustos, dejemos constancia de los más significativos, como la lluvia de cenizas del volcán Quizapú en 1932 que cubrió de residuos a la región completa; la nevazón de 1971 en Rancagua que dejó a la ciudad bajo la nieve provocando derrumbes, inundaciones y bloqueos de caminos; el terremoto de 1985 que derrumbó las viejas construcciones de adobe provocando 17 muertes y miles de damnificados; y, el más reciente terremoto de 2010, que solo en la región de O’Higgins dejó un saldo de 53 fallecidos, miles de damnificados, así como viviendas y caminos destruidos...
            Solo son algunos episodios de una serie de catástrofes de distinta índole, intensidad y duración, según el capricho de la naturaleza, pero que demuestran hasta qué punto su poder sacudía material y emocionalmente una región.
            Uno de los aspectos en torno al acontecer infausto es que genera una cultura social, un conjunto de saberes que buscan explicar y representar estos fenómenos. De antiguo se pensaba  que una señal en el cielo, como un cometa o eclipse, era signo de mal augurio y presagiaba un evento catastrófico. Cuando ocurrían, se le atribuía a la ira divina, y no pocos creían que se venía el “acabo de mundo”. Un paisaje singular post terremoto era ver a la gente rezando entre los escombros, pidiendo compasión a la Virgen y a los Santos.
            Desde otra arista, una mirada tecnocientífica, se ha acumulado un importante conocimiento para mitigar el daño de los desastres naturales, desarrollando construcciones antisísmicas, identificación de sitios de riesgo y programas educativos que enseñan a la gente a actuar de manera adecuada. Queda mucho por hacer aún, pero el avance ha sido significativo.  
            Si poseemos una conciencia histórica de los desastres naturales, nos permitirá comprender y saber actuar cuando ocurran estos fenómenos, convirtiéndose en una experiencia aleccionadora. El acontecer infausto está presente en nuestra memoria colectiva como un patrimonio trágico -si se permite el término- que es parte de la historia regional y que es valioso no solo por pertenecer al pasado, sino porque es un evento cíclico que estará siempre presente en nuestras vidas.

domingo, 3 de enero de 2016

UN ARTÍCULO SOBRE NIKOLA TESLA DESDE SAN FERNANDO



En febrero de 1905, inserto en el periódico La Autonomía de San Fernando, apareció un artículo dedicado al eminente científico Nikola Tesla, escrito por un anónimo sanfernandino. En esta época, en Chile existe una fe en el progreso tecnológico, el que -se decía- traería la felicidad a la humanidad al minimizar el esfuerzo en el trabajo, reduciría las distancias y haría más dinámicas las comunicaciones. Este avance era sensible en la vida cotidiana con la expansión del ferrocarril, el teléfono, el automóvil o la fotografía, entre otras maravillas modernas, que cambiarían para siempre nuestra forma de interactuar con los otros, con el espacio y las fuerzas de la naturaleza. En ese tiempo, la sociedad tradicional comenzaba a experimentar el albor del progreso tecnológico y su tránsito sin retorno hacia la modernidad; de modo que hoy, para bien o para mal, es imposible concebir un mundo sin la tecno-ciencia. 

"Portentoso descubrimiento - El nuevo invento de Tesla - Lijera biografía"

Nikola Tesla, 1856-1943

"En su laboratorio instalado en las montañas Rocosas, a dos mil metros de altura, de Colorado Spring, en Estados Unidos, el eminente físico Nicolas Tesla, acaba de hacer el descubrimiento mas pasmoso que han visto los siglos: la trasmisión de las fuerzas a cualquier punto del globo, mar o tierra, sin el empleo de hilos metálicos u otra clase de conductores manufacturados.
            Este invento, que revolucionará el mundo del trabajo, en que se han invertido injentes sumas, es el resultado de una larguísima jestación i ha sido inspirado por la más noble de las pasiones que pueden mover el corazón humano, el amor del sabio para aliviar las fatigas del trabajo bajo sus semejantes, en la lucha incesante por la existencia. Con el descubrimiento de Tesla, se reducirá a su mínimum el trabajo del hombre.
            Cuando Tesla se penetró, no ya de la posibilidad, sino de la efectividad de su invento, se sintió enfermo, se creyó loco i hubo de acudir al bromuro para apaciguar sus nervios i calmar las exitaciones de su cerebro. Fue la manifestación del delirio i de la locura, compañera de los grandes placeres. Dentro de los estrechos límites de las columnas de un periodico,  i aún en un campo más vasto, no es fácil hacer una descripción clara, sencilla i comprensible de como concurren los factores en que se basa el descubrimiento. Mas, la telegrafía sin hilos de Marconi, de que la humanidad no ha obtenido los resultados que esperaba i que quedará ahora relegada a un lugar secundario o como un recuerdo científico, nos servirá como punto de partida de comparación en nuestra tarea.
            El mundo sabe que por el sistema de Marconi, se trasmite un mensaje de un punto a otro sin necesidad de alambres u otros conductores. Es un empleo restrinjido de las fuerzas naturales. En el invento Tesla, se procede del propio modo, pero no está circunscrito a simples mensajes sino a la trasmisión de todas las fuerzas con que actúa la naturaleza en el medio en que vivimos.
            Asegura Tesla que con una instalación de fuerza eléctrica puede enviar desde el Niágara enerjías capaces de mover una fábrica de azúcar que funcione en Australia, del mismo modo que puede enviar, cien, quinientos, mil caballos de fuerza a cualquier distancia i mover con la misma regularidad una fábrica que estuviera en las cercanías de un r.o. Un viajero que estuviera en los parajes más desolados de los Andes, se encontraría en condiciones de recibir las noticias de cualquier punto del globo i podría cocinar con fuego eléctrico.
            Tesla ha estudiado la manera de individualizar i aislar la fuerza, de modo que una corriente sea enviada a cualquier punto fijo i en cualquiera cantidad, sin peligro de desviarse o afectar a otras enerjías, i cree que la individualización puede multiplicarse en cualquiera cantidad.
            Ahora, ¿cómo pueden obtenerse tan maravillosos resultados? Aquí entran los trabajos de investigación del eminente físico.
            Se sabía que la tierra está constantemente cruzada de vibraciones eléctricas i que el aire está lleno de eléctricidad; pero nada más.
            Pues bien, en su campo de esperimentación, alrededor de un radio de treinta millas, Tesla observó más de mil doscientas descargas eléctricas en el espacio de dos horas. Esas descargas eran a veces de tal magnitud, que parecían árboles de fuego colocados en el cielo. Sus repetidas observaciones lo llevaron a la conclusión de que las vibraciones eran causadas por las corrientes eléctricas que se mantenían alrededor del mundo, como especie de oleaje estacionario. En otros términos, nuestro planeta en toda su magnitud, actúa como un conductor i, por consiguiente, sobre él no solo se pueden mandar mensajes sino también las modulaciones de la voz humana: i la fuerza eléctrica en ilimitada cantidad puede ser acarreada alrededor del mundo entero i enviada a cualquier punto casi sin pérdida perceptible.
            Tesla, que por sus trabajos sobre electricidad, era una notabilidad en el mundo de las ciencias, hoi, su descubrimiento, lo coloca en el primer rango entre los sabios e inventores, sin esceptuar a Edisson, Marconi, Ampert i otros bienhechores del jénero humano.
            Nació en Hungría, donde se educó, i es el segundo hijo de un administrador que fue de una iglesia griega, quién quería dedicarlo a la carrera sacerdotal, por no encontrar en Nicolas las jeniales ideas de su hijo premuerto, aunque Nicolas se condujo bien en sus estudios, sus padres siempre decían: "¡Cuánto más habría sobresalido nuestro hijo mayor!"
            El insigne sabio estudió matemáticas i física, cuyas asignaturas siguió en la escuela politécnica de Grarz. Pronto se decidió a abrazar los cursos de injeniería civil i luego abordó la filosofía i los idiomas en los colejios de Praga i Buda Pest. Es además, doctor en leyes de las universidades de Yale i Colombia de los Estados Unidos.
            Nicola Tesla tiene hoi cuarenta i siete años. Es un hombre alto, de cabeza larga i angosta, de espaciosa frente, tiene unos ojos llenos de espresión i el conjunto de su persona, es bastante agradable. Posee además, cualidades que lo hacen aún mas estimable entre los que vivimos de nuestros cuotidianos esfuerzos i nos agradan las relaciones sociales: es amante del trabajo i un ameno charlador.

                                                                                                      Alguién de San Fernando."