Por Cristian Urzúa Aburto
Cuando llegan las huestes hispanas a lo que será Chile,
junto a ellos llegó una horda de sacerdotes católicos dispuestos a adoctrinar a
la población aborigen en nombre del rey. El nuevo credo sería avasallador hasta
cierto punto, pues durante el periodo colonial se produciría un sincretismo entre
las creencias de los pueblos originarios y la religión hispana. Todo esta
historia quedaría materializada en una amplia infraestructura religiosa de iglesias
y conventos católicos, en sitios ceremoniales indígenas que subsistieron a este
proceso, así como en rituales que mixturan las tradiciones hispano-indígenas. Estos
lugares constituyen hoy parte del patrimonio arquitectónico e histórico del
país, referentes identitarios de las comunidades, con distintas materialidades
y ritualidades, abarcando desde las iglesias altiplánicas del norte hasta las de
Chiloé en el sur.
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Iglesia de la Hacienda San José del Carmen de El Huique |
Gran parte de la arquitectura religiosa ha adquirido la
categoría de Monumento Nacional por su valor histórico, artístico y
arquitectónico, mientras que las iglesias de Chiloé han obtenido reconocimiento
mundial por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Algunos conventos, como el
de San Francisco en Santiago o el de las Carmelitas Descalzas en Los Andes, se
han musealizado, resguardando así un valioso registro de la historia de la
iglesia y la vida conventual. Parte del valor histórico de las haciendas
rurales se deben a sus bellas capillas, expresión religiosa privada de la
familia patronal y sus inquilinos. Es por ejemplo el caso de San José del
Carmen del Huique o la hacienda Lo Vicuña en Putaendo. Perviven también una gran cantidad de centros
ceremoniales indígenas, como el Complejo religioso de Mitrauquén Alto, sitio
que consta del cementerio tradicional
Eltuwe y el espacio ceremonial Ngüillatuwe en la Araucanía. Celebraciones
mixtas, entre el culto indígena y el católico, se dan en el norte con los rituales
a la Pachamama y a la Virgen por las culturas aimaras.
Como gran parte del patrimonio arquitectónico, la
principal amenaza sobre la infraestructura religiosa es causa de los
movimientos telúricos, que han destruido los frágiles cimientos de adobe y
madera de los antiguos templos coloniales y la valiosa imaginería religiosa que
estos resguardan. Los traficantes de arte apetecen especialmente de este tipo patrimonio,
siempre desprotegido por su apertura al público y carencia absoluta de
vigilancia. Señalemos el caso del reciente robo de imágenes de la iglesia
jesuita de Calera de Tango, donde se extrajeron las figuras de la Virgen de la
Asunción, de San Luis Gonzaga y San Ignacio de Loyola, estatuas del siglo XVIII
avaluadas en más de 300 millones de pesos. Otra aspecto que amenaza al
patrimonio religioso es el rayado periódico de sus muros y el atentado
deliberado durante jornadas de protestas. Un caso paradigmático es el de la
Iglesia de la Gratitud Nacional del Sagrado Corazón de Santiago, objeto de
numerosos atentados.
Junto a la materialidad de iglesias y sitios, está el patrimonio
inmaterial religioso, es decir, las expresiones rituales de devoción popular. Tenemos
el Baile Chino, manifestación de raíz colonial de adoración a santos cristianos
y entidades indígenas, que se encuentra en la Lista Representativa del Patrimonio
Cultural de la Humanidad. Celebraciones como el Cuasimodo se distribuyen en todo
Chile central, llevando el sacramento al hogar de enfermos y moribundos. Hemos
heredado celebraciones religiosas propias del catolicismo que influyen en nuestra
vida diaria con la celebración de Pascua de Resurrección, San Pedro y San Pablo,
Virgen del Carmen y Natividad. Expresiones de raigambre indígena, como el Wetripantu
(“año nuevo” mapuche), se han comenzado a valorar y posicionar. En el campo,
persisten los cantores a lo divino como don Domingo Pontigo de Melipilla,
Tesoro Humano Vivo, quien cantará: “Purísima Virgen madre / del mundo y la
creación / te haré un verso de oración / al pie del eterno padre / he llegado
en esta tarde / a darte salutación”. La modernización del país, la racionalidad
occidental, modelos de educación estandarizados y excluyentes, junto a la imposición
de una cultura de masas, amenazan la pervivencia de este patrimonio cultural
Este patrimonio arquitectónico y sus expresiones
inmateriales se encuentran plenamente vigentes y definen la mentalidad religiosa del país, con toda su diversidad,
su sincretismo y sus contradicciones, creencias que, a pesar de sus
desencuentros, han sabido adecuarse, convivir y respetarse. Sobre algunos sitios
se ha implementado un uso turístico con habilitación de rutas patrimoniales o
la inclusión de información explicativa al pie de su imaginería, como ha sido
el caso de la Catedral de Santiago, hito donde se ve una gran cantidad de
extranjeros contemplando la belleza arquitectónica del lugar y sus objetos
litúrgicos. Creyentes o no, debemos respetar estas expresiones religiosas y
cuidar su materialidad, parte de la historia y el patrimonio de las localidades,
significativos para las personas, y parte fundamental de su identidad.
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