Por Cristian Urzúa Aburto
Publicado en Tell Magazine, Edición Enero 2017
El concepto
de vacaciones lo podemos definir como un desplazamiento temporal con fines de esparcimiento
que surge en las sociedades industrializadas, asociado al surgimiento de la
burguesía y las clases medias, cuya prosperidad económica posibilitó
tiempos de ocio. El turismo alcanza masividad cuando los obreros, en el marco de
su lucha por mejores condiciones de trabajo, logran el descanso dominical y
vacaciones anuales. De esta forma, ante el constante ajetreo de la vida urbana,
el deseo de escapar de la presión y relajarse se hizo cada vez más necesario.
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Playa de Pichilemu hacia 1912 |
Como
condición previa del desarrollo del turismo en Chile era necesario crear una
estabilidad social y política durante el período republicano, asegurando los
caminos de los bandidos que tan frecuentemente caían sobre los viajeros. También
fue necesario el desarrollo de una infraestructura vial que permitiese rápidos
desplazamiento de norte-sur y del valle a la costa, lo que se logró con la
construcción del ferrocarril al sur y el ramal de San Fernando a Pichilemu. Con
la aparición de vehículos motorizados desde la década del 1920 y la
construcción de carreteras de alta velocidad a mediados del siglo XX, se
generarán desplazamientos más fluidos.
Una primera
expresión del turismo en la zona son los baños en las Termas de Cauquenes o las
Termas del Flaco, que desde tiempos remotos, coloniales, ofrecían sus aguas para
fines medicinales. Desde mediados del siglo XIX tenemos noticia de que los
habitantes del valle central (Rancagua, San Vicente, San Fernando, Santa Cruz) realizaban
el tradicional viaje a la costa. Las familias preparaban sus carretas,
enyugaban los bueyes y partían rumbo a la playa a casa de familiares, los llamados
“costinos”, o bien, los más pudientes se alojaban en los nacientes hoteles
rivereños.
Con la
aparición del ramal a Pichilemu en 1926 estos viajes se hicieron más
constantes. Estos incipientes turistas llevaban pan amasado, huevos duros,
fiambres y humitas; en la playa y el campo realizaban asados de carneros o
cazuelas, con su infaltable botella de vino, mientras entonaban cantos y se
bailaba la cueca. Desde la década de 1950, estos viajes fueron realizados en
buses comerciales. Así, en el sector costero, en particular su balneario
histórico Pichilemu, se convirtió en una zona de veraneo por excelencia para
los habitantes de la sexta región. Primero, de las clases altas, luego, de
clase media y popular, que atraídos por la belleza de sus rincones van
colonizando el lugar.
Como
reconocida zona campesina, el turismo rural no podía estar ausente, rescatando la
cultura y el folclor tradicional de los pueblos y su gente. En las viejas guías
de viaje, podemos ver que se recomendaban lugares como Chimbarongo, Doñihue o
lo media luna de Rancagua como hitos de interés. Estos pequeños poblados
presentan ese encanto rural y tradicional del chile central donde se podría encontrar
al típico huaso, escuchar tonadas campesinas o degustar cazuelas de auténtica
gallina de campo. El carácter histórico de esta zona es en sí una forma de
atractivo turístico, aquel encanto colonial de sus pueblitos que albergan una
amplia gama de edificios históricos coloniales y republicanos.
La región de
O‘Higgins, pues, ofrecía las más variadas alternativas veraniegas, al alcance
de todos los gustos y bolsillos, para pasar el calor en los más bellos paisajes
que ofrece esta singular geografía del valle central chileno.
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