Por Cristian Urzúa Aburto
Publicado en Tell Magazine, Octubre 2017
El Campamento minero de Sewell es uno de los hitos
patrimoniales más emblemáticos de la región de O`Higgins, ampliamente
reconocido por la comunidad local como un espacio de gran valor social,
histórico y arquitectónico, lo que le ha valido el reconocimiento de Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco. Sin embargo, para ostentar dicha categoría, los
sitios postulados pasan por indagaciones donde su valor es ponderado. Por tanto, ¿qué aspectos son valorados?, ¿quiénes los determinan?, ¿cuáles son las responsabilidades respectos a estos sitios? y ¿qué ocultan estas valoraciones?
Ubicada a más de 2000 m.s.n.m., Sewell nació al
alero de la explotación de la mina de cobre El Teniente por iniciativa del
norteamericano William Braden en 1905, construyéndose el campamento minero donde cohabitarían chilenos y
norteamericanos, quienes darían vida a una ciudadela que contenía todos los
servicios necesarios para la existencia como habitaciones, escuela, comisaría, capilla
y cine, entre otras instalaciones. Tras varias décadas de funcionamiento se determinó
el despoblamiento del campamento, enviándose a sus trabajadores a la ciudad de Rancagua
en la llamada “operación valle” desde 1966. Pese a ello, la memoria sewelina
continúa aún vigente en sus ex trabajadores.
Sewell constituye uno de los dos sitios de patrimonio
industrial con la categoría de Patrimonio Mundial en Chile, junto a las
Salitreras de Humberstone y Santa Laura. En 1998 fue declarado como Zona
Típica por el Consejo de Monumentos Nacionales y en el 2006 inscrito en la
Lista de Patrimonio Mundial, bajo el segundo criterio de Valor Universal
Excepcional de la Unesco, como un “ejemplo excepcional del fenómeno de las
company towns (ciudades industriales), establecidos en lugares remotos del
mundo, a través de una fusión de trabajadores locales con recursos de naciones
ya industrializadas, para extraer y procesar cobre de alta pureza”. La
inclusión en la lista, indica el requerimiento de proteger y gestionar estos
sitios manteniendo los criterios de autenticidad e integridad.
Desde fines de 1990, Codelco junto al gobierno de
Chile inician el estudio para su declaratoria y la creación de los planes de
manejo a fin de proteger y difundir su patrimonio. Para ello se erigió la
Fundación Sewell, encargada de resguardar su valor, conservar su
infraestructura y divulgar su patrimonio con la construcción del Gran Museo de
la Minería del Cobre en el 2010 y la organización de visitas mediante
operadores turísticos autorizados.
Pese a lo anterior, la declaratoria ofrece una
interpretación parcial respecto a la historia de Sewell, pues se centra casi
exclusivamente en los aspectos arquitectónicos y económicos, mientras que hay valores
sociales relegados a segundo plano que desvirtúan los criterios de autenticidad.
No se da cuenta de los procesos de proletarización campesina en el valle del
Cachapoal, de los estrictos controles socioculturales respecto a su población, los
accidentes de trabajo (más allá de la “tragedia del humo”), la conformación de
su sindicato industrial y el protagonismo de sus trabajadores en las luchas
sociales, aspectos históricos que convierten a Sewell en uno de los focos de movilización popular más
importante del país, junto a los obreros del salitre o el carbón.
En cambio, su
valor se ha enfocado en la ocupación y operación del capital norteamericano en
el mineral del cobre, que a la postre ha invisibilizado un pasado complejo, heroico
y trágico, de luchas por el mejoramiento de las condiciones de vida de sus
trabajadores. Una suma de ambas miradas, la patronal y la obrera, puede enriquecer
enormemente el significado y valor de la “Ciudad de las escaleras”.