sábado, 30 de mayo de 2015

Una mirada crítica sobre el Patrimonio Cultural



Por Cristian Urzúa Aburto

En este Día del Patrimonio Cultural se organizarán una serie de actividades donde los bienes patrimoniales inmuebles de cada localidad serán abiertos al público en una verdadera fiesta ciudadana de la cultura. El tópico del patrimonio cultural ha tomando relevancia emergente en el ámbito nacional y últimamente ha generado grandes expresiones ciudadanas de puesta en valor, defensa y protección de inmuebles, zonas típicas y otras múltiples expresiones patrimoniales.   

En Santiago el primer gran movimiento patrimonialista fue el de los vecinos del Barrio Yungay y desde entonces no se han detenido: la defensa del Barrio Matta Sur, el Barrio Obrero y Ferroviario San Eugenio o Vicuña Mackenna 20 por parte de sus vecinos son expresiones de esta tendencia. Una confluencia de estos y otros movimientos dieron forma este sábado 30 de mayo a la Segunda Marcha del Patrimonio con la consigna “El Patrimonio es un derecho” que reafirma las densas redes e iniciativas que se han formado en torno a esta temática.  

Estas instancias son formas alternativas de patrimonialización muy distintas a las puestas en valor que ha realizado la memoria oficial. Cuando hablamos de memoria oficial nos referimos a la memoria asociada a la construcción de Estado en Chile traducida en héroes patrios (militares, estadistas o empresarios) o inmuebles del estado colonial y republicano (edificios administrativos o casas patronales) que reafirman esa visión de lo monumental, la estética occidental y triunfalista que de una u otra manera acalla a las memorias subalternas de vecinos, trabajadores, etnias o artesanos. Los sujetos subalternos están poco o nada representados, y, cuando lo están, su figura es moldeada en torno a una retórica simplista y hasta caricaturesca que a estas alturas de la investigación histórico-social es insostenible.

El avance del capitalismo inmobiliario y comercial tiende a borrar las identidades locales que, con una estética atemporal y homogeneizante, aniquila la memoria local creando condominios y edificios sin identidad que reproducen el individualismo y la segregación socio-espacial. Comúnmente se acompañan por emporios comerciales (Malls) donde los valores de comunidad y solidaridad dan paso al egocentrismo donde el tener es más importante que el ser, de modo que los lazos comunitarios son exterminados y los bienes patrimoniales, marginados, invisibilizados o descontextualizados.   

Como se ve, patrimonializar es un ejercicio de selección, por lo tanto ¿Qué pasa con las memorias subalternas? ¿No son acaso dignas de recordar? Con la emergencia de estos movimientos sociales queda en evidencia que la valoración patrimonial no reside sólo en la memoria del Estado y la elite, sino en memorias múltiples, situadas, conflictivas y resquebrajadas; no obstante, memorias persistentes, creativas y emergentes de la comunidad, que a viva voz defienden una forma de vida que se quiere fuera de la historia. Es la vida misma, la cotidianeidad construida en comunidad, en sus espacios (calles, plazas, almacenes), con sus prácticas y rituales (fiestas, conmemoraciones), con sus organizaciones (juntas de vecinos, asociaciones deportivas, sindicatos); con su pasado, su imaginario y sus anhelos, con sus logros y derrotas. En suma, una sinergia social cuyo legado se sigue reproduciendo y trasmitiendo de generación en generación.

Es por tanto necesario hacer dos ejercicios: uno académico, el otro de gestión. Por una parte, darle un giro narrativo al discurso sobre el patrimonio para integrar los discursos subalternos y de lo cotidiano, que no tienen esa espectacularidad monumental del Estado sino el valor de una cultura social comunitaria. Por otra parte, dotar a las instituciones de patrimonialización (CMN y el CNCA) de poder ejecutivo, democratizar la elección de sus representantes, dotar de recursos suficientes para poder concretar las propuestas  de patrimonialización y aumentar los fondos concursables. Asimismo, el sector privado, el gobierno local y las universidades deben asociarse con la ciudadanía, darle espacios de opinión y colaboración para poder avanzar mancomunadamente en la investigación, defensa y protección del patrimonio local, ya que en definitiva son los hombres y mujeres de carne y hueso, las personas, y no los bienes, los constructores de los valores patrimoniales.