Por
Cristian Urzúa Aburto
En este Día del Patrimonio Cultural se
organizarán una serie de actividades donde los bienes patrimoniales inmuebles de cada localidad serán abiertos al público en una verdadera fiesta
ciudadana de la cultura. El tópico del patrimonio cultural ha tomando relevancia
emergente en el ámbito nacional y últimamente ha generado grandes expresiones
ciudadanas de puesta en valor, defensa y protección de inmuebles, zonas típicas
y otras múltiples expresiones patrimoniales.
En Santiago el primer gran movimiento patrimonialista
fue el de los vecinos del Barrio Yungay y desde entonces no se han detenido: la
defensa del Barrio Matta Sur, el Barrio Obrero y Ferroviario San Eugenio o Vicuña
Mackenna 20 por parte de sus vecinos son expresiones de esta tendencia. Una
confluencia de estos y otros movimientos dieron forma este sábado 30 de mayo a la
Segunda Marcha del Patrimonio con la consigna “El Patrimonio es un derecho” que
reafirma las densas redes e iniciativas que se han formado en torno a esta temática.
Estas instancias son formas
alternativas de patrimonialización muy distintas a las puestas en valor que ha
realizado la memoria oficial. Cuando hablamos de memoria oficial nos referimos
a la memoria asociada a la construcción de Estado en Chile traducida en héroes patrios
(militares, estadistas o empresarios) o inmuebles del estado colonial y
republicano (edificios administrativos o casas patronales) que reafirman esa
visión de lo monumental, la estética occidental y triunfalista que de una u
otra manera acalla a las memorias subalternas de vecinos, trabajadores, etnias o
artesanos. Los sujetos subalternos están poco o nada representados, y, cuando
lo están, su figura es moldeada en torno a una retórica simplista y hasta caricaturesca que a estas alturas de
la investigación histórico-social es insostenible.
El avance del capitalismo inmobiliario
y comercial tiende a borrar las identidades locales que, con una estética atemporal
y homogeneizante, aniquila la memoria local creando condominios y
edificios sin identidad que reproducen el individualismo y la segregación
socio-espacial. Comúnmente se acompañan por emporios comerciales (Malls) donde los valores de comunidad y
solidaridad dan paso al egocentrismo donde el tener es más importante que el ser,
de modo que los lazos comunitarios son exterminados y los bienes patrimoniales,
marginados, invisibilizados o descontextualizados.
Como se ve, patrimonializar es un
ejercicio de selección, por lo tanto ¿Qué pasa con las memorias subalternas? ¿No son acaso dignas de recordar? Con la emergencia de estos movimientos sociales queda en evidencia que la
valoración patrimonial no reside sólo en la memoria del Estado y la elite, sino
en memorias múltiples, situadas, conflictivas y resquebrajadas; no obstante, memorias
persistentes, creativas y emergentes de la comunidad, que a viva voz defienden
una forma de vida que se quiere fuera de la historia. Es la vida misma, la
cotidianeidad construida en comunidad, en sus espacios (calles,
plazas, almacenes), con sus prácticas y rituales (fiestas, conmemoraciones), con
sus organizaciones (juntas de vecinos, asociaciones deportivas, sindicatos); con su pasado, su imaginario y sus anhelos, con sus logros y derrotas. En suma, una sinergia social cuyo
legado se sigue reproduciendo y trasmitiendo de generación en generación.
Es por tanto necesario hacer dos
ejercicios: uno académico, el otro de gestión. Por una parte, darle un giro
narrativo al discurso sobre el patrimonio para integrar los discursos
subalternos y de lo cotidiano, que no tienen esa espectacularidad monumental
del Estado sino el valor de una cultura social comunitaria. Por otra parte, dotar
a las instituciones de patrimonialización (CMN y el CNCA) de poder ejecutivo, democratizar
la elección de sus representantes, dotar de recursos suficientes para poder
concretar las propuestas de
patrimonialización y aumentar los fondos concursables. Asimismo, el sector
privado, el gobierno local y las universidades deben asociarse con la ciudadanía,
darle espacios de opinión y colaboración para poder avanzar mancomunadamente en
la investigación, defensa y protección del patrimonio local, ya que en
definitiva son los hombres y mujeres de carne y hueso, las personas, y no los bienes, los
constructores de los valores patrimoniales.
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