La construcción del ferrocarril en Colchagua se inicia en 1856, llegando la línea desde Rancagua a San Fernando en 1862 y a Curicó en 1868. Posteriormente se construyeron
los ramales de Pelequén a Las Cabras entre 1888 y 1893 y el de San Fernando a
Pichilemu entre 1900 y 1926. Todo este progreso regional sólo pudo realizarse por la acción del obrero ferroviario denominado carrilano.
Este trabajador
fue reclutado entre los peones agrícolas, atraídos por la
buena paga y su trabajo consistió en nivelar la tierra, instalar rieles y
durmientes y construír puentes o túneles, entre otras tareas, las que exigían una gran vigor físico. Los carrilanos instalaron
campamentos móviles que se desplazaban a medida que avanzaba el trazado ferroviario. Este peón creó una subcultura caracterizada por la
marginalidad y la agresividad, y fue tal la nombradía del carrilano como un
sujeto violento que la poesía popular caracterizó su carácter turbulento con
tonadas y cuecas.
Las faenas del ferrocarril aunaron una
gran cantidad de trabajadores (de doscientos a mil peones) los que se volvían en ocasiones incontrolables por sus administradores y capataces. Ocurrían, a veces, grandes alzamientos que obedecían, por una parte, a una rebeldía propia su
carácter, pero en otras, por la indignación producida en los atrasos en el pago de los salarios, situación que los llevaba a paralizar
la faena como una medida de presión. En 1865, por ejemplo, en el tramo
de San Fernando a Curicó, trabajaban cerca de 200 peones, quienes
causaban desordenes de todo tipo asaltando las chacras, arboledas y fundos, dejando despojados a sus impotentes
propietarios. Por situaciones como esta es que la
autoridad enviaba a la policía o el ejército para resguardar el normal funcionamiento de las faenas, como medida preventiva o para
contener disturbios ya desatados.
Cristian Urzúa Aburto.