"El diablo", "el cachudo" o "el mandinga". |
Tal vez, como un don especial al Santo Bautista, la Providencia pudo entregarle a los destinos del mundo, una vez cada año, en su analejo y a esa creencia se han sucedido en toda época las más divertidas supersticiones.
¿Quién no ha presenciado algunas?
Las solteronas que las ha dejado el
tren a causa de haber sido regodeonas para aceptar en buena época un regular
partido buscan en la hora undécima y cuando los «zorsales» andan escopeta al
primer gaucho de que agarrarse. Por eso, las doce de la noche del día 23 las
encuentra en laboriosa tarea.
Hai muñequitas de carne i hueso, con
cestitos de algodon, que trasnochan también, para ver si sacan buenos o malos
augurios para el porvenir.
Viudas, que no fueron felices en su
primer ensayo matrimonial, deseosas de repetir la operación, se asoman a la
ventana para ver quien pasa primero, a las doce o minutos después, i cuando
menos lo piensan se tropiezan con el guardián del punto o con algún borrachín
trasnochador y creen que ese debe ser su suerte.
Otras, candidatas, a un ventajoso
matrimonio, porque son laboriosas y honradas, creen que no está demás echar
tres papas debajo de la cama i ver a ojos cerrados, sacan la pelada que es
augurio de fatalidad, la medio pelada que anuncia suerte media o la sin pelar
que es indicio de felicidad.
Hai otras, más feas que los gases
asfixiantes, que consultan su suerte observando un espejo para ver la primera
figura animada que reproduce su luna. Cuando es el faldero, que asoma
sacudiéndose las pulgas, el primero que asoma al espejo, lo que ven las ambiciosas
feas no pasa de ser… su fealdad incurable.
Pero consúltese las inquietas damas,
jóvenes bonitas y solteronas feas; viudas intranquilas i anhelantes doncellas,
que el destino de cada cual está trazado sobre la faz del mundo i la voluntad
infinita del Creador es una sola e inmutable. La que está destinada a vestir
santos, deberá seguir su oficio con resignación; las llamadas a criar sobrinos,
acepten su misión que es entretenida.
La víspera de San Juan es también la
noche en la cual se ve la «flor de la higuera»; la elejida para sacar
entierros; es, en fin el refujio de las supersticiones universales.
Pero tiene algo más importante la
bendita noche referida. En ella se hacen los últimos retoques a las mistelas,
los fiambres i las provisiones que deberán usarse para festejar a los golosos
tocayos del Bautista i a las doce de la noche, quedan apenas ecos lastimeros
del último vajido de las aves i otras victimas comestines inmoladas en homenaje
al histórico santo.
Artemio
G. Urzúa S.»
Artículo
extraído de El Imparcial de San
Fernando, 29 de junio de 1916.