Por Cristian
Urzúa Aburto
Proclama y jura de la Independencia de Chile |
La interrogación que titula esta nota,
que bien puede ser de perogrullo, tiene una importancia radical para la
comprensión de estos días de fiestas. Después de cerca de doscientos años de la gesta de la independencia
de Chile celebramos como por inercia el "dieciocho", sin comprender
muy bien su sentido. Dejemos afuera el ya conocido hecho de que tras la
conmemoración de tres fechas: el 12
de febrero (jura de la independencia), 5 de abril (batalla de Maipú) y 18 de
septiembre (formación de la primera junta de gobierno), quedó finalmente
instituida esta última fecha como celebración oficial para disminuir así la gran
cantidad de feriados que se repartían durante el año. Pero, más precisamente,
en términos de significado ¿qué celebramos cuando
celebramos estas "fiestas patrias"?
Para comprender esto es necesario
trasladarse al contexto donde se produjeron los eventos. El tránsito desde la
monarquía a la republica fue un escarpado proceso lleno de complejidades que
fueron determinando en cada región de hispanoamérica el curso de los
acontecimientos. Después de un largo proceso de colonialismo y configuración de
las naciones, la toma de consciencia por parte de los "criollos" (los
nacidos en tierras americanas) fue un aspecto decisivo en el despegue del
proceso emancipador. La privación de acceso a los cargos públicos, el
centralismo monárquico, las restricciones al comercio y otros abusos del
absolutismo real generó un clima de descontento e indignación entre la comunidad
criolla chilena. ¿Pero qué significaban para los criollos todas estas reformas?
En una palabra: Libertad... libertad de autodeterminación, de consciencia, de comercio,
etc., todas aquellas ideas que hicieron posible que Francia y EE.UU. se
emanciparan. Ejemplos que seguirían las naciones latinoamericanas para generar
su propio proceso emancipador. Una vez alcanzado este objetivo, cada república dispuso
de la libertad de elegir su propia
forma de gobernarse.
En un principio fue una gesta de una elite
criolla, pero con el tiempo arrastraría a una parte importante del pueblo. Inquilinos, campesinos, artesanos y plebeyos dejaron el
arado o el martillo, convirtiéndose en soldados del improvisado ejército
nacional. Lucharon en distintos escenarios y asumieron diversos roles, uniéndose
bajo un ideal a blancos, mestizos, negros y zambos. Tras las
primeras iniciativas de radicalización del movimiento emancipador con las
reformas de José Miguel Carrera, el gobierno hispano reaccionó violentamente,
ganándose así el repudio de gran parte del pueblo: el anhelo de independencia
se hizo entonces perentorio. Episodios representativos fueron el desastre de
Rancagua, la represión de los Talaveras durante la Reconquista o
la ejecución de los "mártires de Aconcagua" que afectaron
transversalmente a amplios sectores de la sociedad. Entonces la palabra
libertad hizo eco en ellos. Hubo, por otra parte, resistencia y oposición a los
embargos patriotas, cambios de militancia ("vueltas de chaqueta"),
oportunismo en el saqueo y el pillaje, deserciones masivas y bandolerismo rural
que no se alineaba con ningún grupo.
Quienes habían participado de la
independencia recordarían este hecho con orgullo. Cada familia tenía a algún
miembro o conocido que había participado en el proceso independentista y
celebraban con alegría el "dieciocho", porque era parte de su
experiencia vital. Las viudas tenían pensiones de gracia y los veteranos fueron
venerados hasta sus últimos años. A otros no se les reconoció nada, y de ahí
nace el dicho de "el pago de Chile". Las correrías
de Rodríguez o el cruce del Ejercitó Libertador de Los Andes fueron historias y
vivencias que se inmortalizaron en el valle central chileno recordándose hasta
el día de hoy y celebrada por los lugareños. Este sentimiento nacional se
consolidó con la Guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839) y
la Guerra del Pacífico (1879-1884). Asimismo, el Estado aprovechó toda coyuntura
promoviendo el sentimiento patrio con la construcción de héroes, monumentos y
símbolos que, en conjunto con las experiencias y expresiones patrias propias
del bajo pueblo, lo que llamaremos aquí patriotismo
popular, fueron moldeando una idea de identidad nacional.
Como hemos visto el proceso no estuvo exento
de complejidad y polémica, sabemos que no hubo consenso en la forma de gobierno
y tempranamente ideas distintas de país chocarían entre sí. ¿Cuál sería la
forma de gobierno? ¿Federalismo o centralismo? ¿Quienes tendrían derecho a voto
y asumir los cargos de representación? ¿Qué estrategias de desarrollo económico?
¿Proteccionismo o Librecambismo? Así fue en esta primera época con las ideas de
los hermanos Carrera, O'Higgins, Rodríguez o Freire. El resultado no había
dejado a todos contentos. A mediados del siglo XIX, los veteranos de la independencia
se preguntaban: ¿dónde estaba la libertad prometida, dónde la felicidad y el
progreso para los ciudadanos? (A propósito del "decenio" de Manuel Montt que
habían vejado las garantías individuales, persiguiendo y desterrando a liberales y artesanos que querían por entonces derrocar su injusto gobierno). Pasadas
algunas décadas el pueblo llano representado por artesanos, obreros, empleados
y estudiantes querían expresar también su punto de vista y participar de la
construcción nacional, dado que, a esas alturas, la oligarquía había fallado
estrepitosamente en la conducción del país. Llegado el Centenario en 1910 la
llamada "cuestión social" cubría con su miseria y expresiones de
descontento todos los rincones del país.
Argentina dio la independencia a Chile
y Chile lo mismo al Perú... El afán autorreferente y localista de Chile, no evidencia
el hecho de que el proceso de emancipación fue de carácter multinacional. Los
ejércitos de Simón Bolívar y San Martín deben mucho a la consolidación de la
independencia en Chile y sin su referencia, no se puede comprender el sentido
de esta historia. Sin la conformación de "El Ejército de Los Andes" a
cargo de San Martín, Soler, las Heras, O'Higgins, Freire y otros, mitad
chileno y mitad argentino, de huasos y gauchos, mestizos y "pardos"
difícilmente se hubiese logrado la emancipación. Aún cuando las cruentas
guerras entre los países sudamericanos hayan enterrado el sueño bolivariano, se
debe tener presente este antecedente al pensar la independencia nacional, a
menudo, ausente en la construcción del relato nacional que lo hace ver como una
gesta esencialmente local.
En términos territoriales y
etnográficos, la celebración nos habla de una
parte de la historia "nacional". Chile hacia 1810 se expandía desde
el Río Loa hasta el estrecho de Magallanes; y llegaba al Atlántico por el este,
entre Río Negro hasta el extremo sur. No había Antofagasta, ni Tarapacá;
tampoco Isla de Pascua y la Araucanía se encontraba aún en dominio mapuche.
Dejando fuera al territorio Argentino (que era una realidad cultural diferente),
el "dieciocho" estrictamente celebra la cultura e historia del valle
central chileno -con el huaso mestizo y campesino como símbolo nacional. Este
meta-relato ha ido incluyendo con el tiempo expresiones de otras culturas como
los mapuches y rapanuis, integrados estratégicamente a la comunidad nacional
para consolidar su territorio. El avasallamiento y "coloniaje" del
Estado sobre estos pueblos continua y han generado movimientos que plantean su
emancipación.
Cabe señalar un punto de inflexión en
la interpretación de la independencia que marca con fuego una división
ideológica presente en nuestra época. El Golpe Militar (1973-1990) cambió para
siempre la percepción de la institución castrense por una parte de la sociedad
chilena. Con los hechos ocurridos en dictadura, para unos el ejército había
dejado de ser "de todos los chilenos" convirtiéndose en un recuerdo
asociado al dolor y la infamia. Según sus panegiristas, correspondería a una
"segunda independencia", al decir de la época, al ingreso del
"cáncer marxista" de la URSS y Cuba, ideología atea y destructiva que
llevaría al caos al país. Una suerte de continuidad con el primer proceso
independentista, aunque con un consenso más restringido. Desde entonces la
visión del ejército se torno problemática. La aproximación de ambas fechas, 11
y 18 de septiembre, genera pues una contradicción nacional donde se conmemora y
se celebra. Señal de esta contradicción es la Parada Militar el 19 de dicho mes,
acto marcial a la vez admirado y cuestionado por distintos sectores de la
sociedad.
De
vuelta al presente: fondas, volantines, cueca, empanadas... para algunos
pareciese que este día es solo celebración donde comer y beber a reventar es la
consigna. Sin embargo, estas fechas están llenas de significado histórico que,
con el correr de los años, ha acumulado nuevos relatos, generando una constante
actualización interpretativa en la construcción republicana. Quizá sería
relevante rescatar el ideal de los soldados que creyeron que luchar contra el
colonialismo hispano en pos de mundo mejor, a riesgo de dejar la vida en el campo
de batalla, era honorable, hermoso, trascendente... de que la lucha por la libertad
frente a una autoridad opresiva o un gobierno injusto sería un legado excelso
para las generaciones futuras, es decir, para nosotros. La historia no ha terminado...
¿cuánto hemos ganado o perdido en el camino recorrido? ¿cuánto queda aún por
hacer de este país un lugar mejor? ¿Qué nuevos procesos y cambios políticos se
avecinan? Estas y otras interrogantes el tiempo nos lo dirá.
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