domingo, 21 de julio de 2013

El terremoto de 1906 en la provincia de Colchagua

A pocos años del terremoto del 27 de febrero de 2010 continúa la reflexión por sus  efectos, aún presentes en el debate público. En Colchagua, este desastre dió por resultado una catastrofe humana y material a gran escala. Hombres y mujeres, de todas las edades, resultaron heridos o fallecieron por el derrumbe de sus casas o por efecto del tsunami. En terminos patrimoniales, hubo edificios históricos dañados parcial o completamente. En Peralillo, por ejemplo, el 90% de las viviendas cayeron, muchas de ellas de carácter patrimonial. 

Creemos que para comprender este fenómeno, es necesario recordar catástrofes similares, para así comparar y entender su magnitud, los efectos provocados y las medidas tomadas por los distintos actores.

El terremoto del 16 de agosto 1906 tuvo su epicentro en Valparaíso ocasionando una gran destrucción en la zona central. Por efecto del derrumbe de casas y edificios mucha gente falleció o resulto lesionada. La Provincia de Colchagua, cercana al epicentro, sufrió semejantes efectos.   

Los asentamientos más cercanos al epicentro, pueblos como Chépica, Quinahue, Lolol, Ránquil, Pumanque, entre otros, sufrieron importantes daños, mientras aquellos ubicados en el litoral se destruyeron casi por completo como el puerto de Matanzas. Cáhuil y Ciruelos sufrieron daños menores. Las ciudades principales, Rengo y San Fernando, resultaron con gravísimos daños en su infraestructura. El número de muertos y heridos era indeterminado.

Un telegrama oficial enviado por el Gobernador de Caupolicán al Gobierno cuantificaba los daños del departamento: “Desde las ocho de la noche, sucédense recios temblores cortos. Hospital mal estado. Casa escuela superior mujeres destruída; cárcel ruinosa, Gobernación desplomada; Iglesias: 8 Rengo Inutilizadas; Santa Rosa de Pelequén derribada. Estación y bodegas ferrocarril Malloa, caídas. Mayor parte casas San Vicente graves perjuicios. Ciudad, 8 muertos y varios contusos Pueblo me exige datos Santiago con ansiedad.-Urrutia”

Una comisión viajó a la costa para cuantificar los daños, atestiguando el alto nivel de destrucción del terremoto. Uno de sus encargados escribía al Intendente de Colchagua: “Certifico que en mi viaje a Matanzas para estudiar los efectos del terremoto del 16 del agosto próximo pasado, pude observar los grandes destrozos causados en la población de Navidad. Así, el edificio que ocupaba la escuela fiscal fue destruido en su totalidad como también la casa habitación de la señora Andrea Montt de Rojas, con todo su menaje”.

Los más perjudicados por el terremoto fueron los sectores populares, cuyas frágiles viviendas (ranchos y casas de adobe) sufrieron una destrucción parcial o el derrumbe definitivo que aplastó a sus moradores. En tales casos, los afectados elevaron petición al gobierno, que había dispuesto ayuda para los damnificados. La mayor parte de los afectados eran personas pobres, ancianas o mujeres solas con sus hijos. Conociendo el Estado su situación, otorgó subvenciones para ayudarlos a rehacer su vida mediante la declaración de un Decreto Supremo que destinaba una cantidad de dinero para el arreglo de las casas destruidas. La noticia corrió a gran velocidad y los damnificados de Colchagua hicieron llegar cientos de cartas a la comisión encargada de evaluar el pago de las subvenciones.

Una de estas cartas, perteneciente a Juan Esteban Araya de Roma, decía:...el temblor del 16 de agosto último destruyó completamente mi casa, quedando por este motivo sin tener donde vivir, como es público y notorio en el lugar. Además soy viejo y no puedo  ya trabajar y mi esposa que, a más de tener cerca de noventa años de edad, está enferma de parálisis, obligándome esta circunstancia a estar siempre al cuidado de ella. Somos ella y yo toda la familia; no tenemos un solo centavo de entradas seguras al día; puedo atestiguar con personas respetables que nos mantenemos con la limosna, que nos dan los vecinos”.

Mirar el pasado, pues, nos ayuda a pensar que este fenómeno aparece, una y otra vez, dejando tras de sí, el desastre, la muerte y el llanto. En cierta medida, ya estamos acostumbrados, y nos encontramos familiarizados con la presencia de esta fuerza colosal, conformando así una cultura telúrica que nos define como chilenos. 

Autor: Cristian Urzúa Aburto

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